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SAN FRANCISCO EN EL PENSAMIENTO. 73 bien al alma cósmica. La naturaleza entera proclama su dependencia del Absoluto al declarar su nada constitucional. Al mismo tiempo añora la presencia de ese Absoluto en cuyas manos halla el asidero que necesita en cada momento para pervivir hasta volver a la fuente eterna de donde un día brotó. Desde su visión cristiana L. Coimbra acepta la caída ori­ ginaria del pecado con la pérdida del Edén. De aquí la sensación de exilio que acompaña a la humanidad peregrina por los resecados arena­ les de la historia. Una inextinguible «saudade» será la eterna compañía de esta humanidad 32. ¿Hallará ésta alivio en su querencia? La respuesta nos la da L. Coimbra en su interpretación de san Francisco. Pero antes de exponer esta interpretación, explicitemos otros rasgos del ideario de L. Coimbra. 2. Pobreza, limosna, llamada La calle estropea a diario palabras de hondo contenido. Entre las maltratadas se halla la de pobreza. Peor todavía ha quedado la que señala al pobre que pide limosna. Las gentes han llamado «pordiosero» al hombre que pide «por Dios», «por amor de Dios», es decir, al hombre que recuerda a Dios como fuente de todo bien. En esto último nos quisiéramos fijar para interpretar con un poco de honradez intelectual el vocablo «pobreza». En la calle significa ca­ rencia de lo imprescindible para sostener la vida. Pero cuando el pen­ samiento se adentra por el misterio del ser, advierte que la pobreza es una nota esencial, constitutiva de la creatura. ¿Quién es más que nada cuando se enfrenta con su conciencia? Y ser nada, radicalmente nada, ¿no es la más grande, la más insuperable pobreza? Luego si eres algo, dirá L. Coimbra al engreído de su ser, se debe a que has recibido la limosna de ser, porque Dios abrió su mano. Es esta limosna el su­ premo don que el Creador hace a la creatura33. Lo lamentable para L. Coimbra es que la riqueza del acaudalado de dineros tiene el poder maléfico de encubrir la nada, que es el cons­ titutivo de la creatura. La riqueza da consistencia y estabilidad a la vida, que un accidente fortuito descubre en su inanidad. Pero antes de que llegue ese momento el rico rezuma suficiencia y satisfacción por la que una odiosa hipocresía existencial trata de celar la propia 32. O. c„ 153. 33. O. c„ 59.

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