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4 1 0 ENRIQUE RIVERA DE VENTOSA algo previo a toda moral: la autocomprensión del hombre. Pero miran a éste más desde la historia que desde su constitución natural. La his­ toria muestra al hombre de hace trece mil años, el de Altamira por dar una referencia precisa, con signos preclaros de inteligencia y volun­ tad, es decir, con la misma naturaleza espiritual que hoy. Pero la nueva moral, en vez de contar con esta permanencia esencial del hom­ bre, lo considera en las mil cambiantes situaciones históricas. El hombre es naturaleza y es historia. Pero una vez más no se mantiene el equi­ librio entre una y otra. En la ética tradicional prevaleció el estudiar la moral desde las constantes que muestra la naturaleza. Hoy predo­ mina el estudiarla desde la variabilidad de la historia. Así se hace en el articulado de este libro, cuyos detalles apenas pueden interesar al no profundizar en ninguno de los temas expuestos. Diez autores para un libro de 170 pp., son demasiados para poder desarrollar algún tema con detención. El libro, por lo mismo, viene a ser un programa o guión de cuestiones morales, discutidas en la actualidad. 5. Dentro de la corriente historicista A. Stern busca un enlace entre la ética y la filosofía de la historia. Parte en su análisis de la triste realidad de este siglo con dos guerras mundiales y con peligro de una tercera guerra atómica que sería la destrucción de la humani­ dad. De aquí el interés creciente por la filosofía de la historia y la necesidad de preguntarse por el sentido de la misma. La incógnita que presenta esta obra consiste en no poder distinguir, dentro del des­ arrollo histórico, entre valores positivos y valores negativos, para cul­ tivar los primeros y oponerse a los segundos. Lamenta ulteriormente el que no haya posibilidades en la historia cuando desaparece de ella la creación de valores. Pero no determina los criterios para conocer cuándo tiene lugar la creación de valores positivos y cuándo la de nega­ tivos. La historia reciente habla bien claro del culto a ciertos valores que se mostraron pronto como demoníacos. ¿No es previsible, enton­ ces, cuándo un supuesto valor puede tomar un camino de maldad? Creemos que sí, aunque esto queda en penumbra en esta obra en la que se intenta superar el relativismo histórico, pero no se halla el ca­ mino para lograrlo. La referencia reiterada a Ortega nos parece justi­ ficada. Pero hay que reconocer que el filósofo espñol, entusiasta de los valores, no señala el modo claro de distinguirlos. Y sólo los valores positivos pueden ser luz de estrellas en la noche oscura de la historia.

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