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352 ANTONIO PINTOR-RAMOS m inaba «la vida». N u estra desm esurada afición po r la polém ica ha im pedido d u ran te mucho tiem po u sufructuar positivam ente muchas sugerencias fecundas del filósofo español al no contextualizarlo adecua d am ente en su m undo intelectual y perdiéndonos, así, en frívolas y provincianas disquisiciones sobre la prio ridad o no de O rteg a en el enunciado de ciertas tesis típicas de la contem poraneidad. Z ub iri, en cambio, prefiere aprovechar estas sugerencias para descubrir un nivel previo al de la «razón» en que ha querido moverse el mundo m oderno. A quí aflora, sin em bargo, la inqu ietud personal de Z ub iri, inqu ie tu d que le lleva a un período de extraordinaria ferm entación, tal como m uestra ya el hecho frecuente de que muchos trabajos son abandona dos antes de qued ar concluidos. La exigencia husserliana de radicalidad es válida, pero H eidegger y O rteg a en tre o tro s han dem ostrado que el prop io H u sserl fue incapaz de cum plirla. La «vuelta al Ser» que pos tula Heidegger como realización de la «vuelta a las cosas m ismas», ¿será el lugar del verdadero encuentro inm ediato del hom bre con la realidad? E sta p regun ta es absolutam ente decisiva para la formación de la filosofía de Zub iri. A mi en tend er, en el m om ento que aquí hemos estudiado Z u b iri tiene la nítida sospecha de que tal p regunta debe ser respondida negativam ente; pero sería ingenuo pensar que esto es sufi ciente. Lo que Z ub iri no tiene entonces suficientemente elaborado es el camino concreto a través del cual puede desarrollarse esa incursión directa en la realidad ni tampoco la estru ctu ración que ésta ofrece ante esa nueva m irada; si fuese de o tro m odo, como a veces se ha p retendido , sería inexplicable que Z u b iri necesite décadas de agotador trabajo para poder ofrecer una respuesta positiva y m adura a tal pre gunta. P o r lo demás, si tal respuesta no hubiese llegado, nos hubié semos quedado con una de tantas intuiciones quizá b rillantes y suges tivas, pero cuya fecundidad y operativ id ad se hubiese diluido en nada. E ste m om ento, p o r tan to, ofrece el dram a en el cual un filósofo en cuen tra con perfecta nitidez la dirección precisa en la cual debe guiar su investigación, investigación que en este mom ento es una apasionante aven tura en lo desconocido. ¿Q u é sucede con H u sserl, entonces? ¿Q ueda condenado al desván de las antiguallas inservibles? D e ningún modo. Z ub iri no ha dicho nunca que el ám bito en que se mueve la filosofía de H u sserl sea falso, sino que es insuficientemente radical, lo cual está exigiendo revisar esa filosofía desde el despligue de ese nuevo nivel de radicalidad alcan zado. P ero esto no significa que se trate de adicionar el nivel de la conciencia al de la inteligencia sen tien te; eso sería una eclecticismo
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