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LA «M A DU R A C ION » DE ZU B IRI Y LA FENOMENOLOGIA 3 2 7 En 1924, con motivo del segundo centenario del nacimiento de Kant, Ortega publicó en El Sol un ensayo que, con el título «Las dos grandes metáforas», fue incluido luego en el vol. IV de El Espectador y que, como es habitual tantas veces en el escritor madrileño, tiene directamente poco que ver con el filósofo homenajeado. Sin entrar aquí en el relieve que en Ortega tiene la metáfora como expresión del pen­ samiento 4S, resumía allí el filósofo la marcha del pensamiento occi­ dental en dos metáforas, tomando como centro de referencia la rela­ ción cognoscitiva sujeto-objeto: «Para el hombre antiguo, cuando el sujeto se da cuenta de un objeto entra con éste en una relación aná­ loga a la que media entre dos cosas materiales cuando chocan, dejando la una su huella sobre la otra. La metáfora del sello que imprime en la cera su impronta delicada instálase, desde luego, en la mente helé­ nica y va a orientar durante siglos y siglos todas las ideas de los hombres»46. Esta metáfora entra en crisis a partir del Renacimiento y desde que Descartes instala el pensamiento en otro horizonte: «La única existencia segura de las cosas es la que tienen cuando son pen­ sadas. Mueren, pues, las cosas como realidades, para renacer como cogi- tationes (...). Desde este punto de vista, la relación de conciencia tiene que recibir una interpretación opuesta a la antigua. Al sello y la tabla de cera se sustituye una nueva metáfora: el continente y su con­ tenido. Las cosas no vienen de fuera a la conciencia, sino que son contenidos de ella, son ideas. La nueva doctrina se llama Idealismo» 47. Zubiri se pregunta inmediatamente: «¿Es sostenible esta situación filosófica?» (NHD, 238). Es evidente que no. No lo es, porque inde­ pendientemente de los defectos concretos de cada uno de las interpre­ taciones, si afrontamos tan claramente tales metáforas es porque ya estamos frente a ellas, porque estamos fuera de su tiranía y las con­ templamos en tanto que espectadores; por eso veremos que, tanto en Ortega como en Zubiri, el enunciado de una tercera metáfora es mucho más vacilante. O perdemos las ideas o perdemos las cosas; o un «reís- mo» sin ideas o un «ideísmo» carente de cosas y en ambos casos, según un romance burlesco que Ortega gustaba de citar, «con la grande polvareda perdimos a Don Beltrane». ¿Por qué esta situación? Ortega y Zubiri siguen coincidiendo en la ¿5. Tema que trata ampliamente J. Marías, Ortega, I: Circunstancia y vo­ cación, Madrid 1960, 285-309. 46. J. O rtega y G asset , OC, II, 398. 47. Ib., 399.

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