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EL JU ICIO DEL HOMBRE 267 berg35 que el HH tiene un trono propio y, según eso, distinto del de Dios? Un análisis de conjunto de 1 En 37-71 ha llevado a la conclu­ sión de que una referencia de ese tipo es imposible. Sea cual fuere el sentido del «autou» parece evidente que el autor de 1 En 37-71 lo mismo que Mt 25, 31 y 19, 28 sólo se refieren a un único trono: es el trono de la gloria (trono de Dios) en que se sienta el H H 36. Desarrollemos más este tema. Ciertamente, la afirmación de que el HH se sienta en el «trono de Dios» constituye una novedad dentro del judaismo: parece como que rompe los moldes de un monoteísmo estricto. Sin embargo, la evidencia de las pruebas nos inclina a sostener esa postura: a) en primer lugar, aunque no se haya podido demostrar con absoluta certeza, todo nos hace suponer que la expresión «trono de gloria» se ha convertido en forma fija de aludir al trono de Dios, b) Además, la escena de la entronización, lo mismo que las escenas de Is 6, 1 ss. y Ez 1, 26 pertenece al género literario de la visión profètica de Yahvé; lo que se descubre en esa visión no es un ele­ mento de este mundo sino el plano original de lo divino; en ese plano es donde el HH viene a ser entronizado, c) Finalmente, otros textos paralelos hablan explícitamente de la sesión del HH en el trono de Yahvé: «Y en aquellos días el Elegido se sentará sobre mi trono» (1 En 51, 3). Dios mismo le hace donación del trono (cf. 62, 2; 61, l ) 37. Condensemos el material. Los salmos de entronización (47; 93; 96-99) hablaban de aquel acontecimiento original del triunfo de Yahvé y de su venida sobre el trono. Los poderes del caos habían sido ven­ cidos; Yahvé se proclamaba rey sobre las cosas y los pueblos. De esa forma se establecía el orden, había estabilidad, sentido y fundamento sobre el mundo. Es normal que los israelitas cantaran como en fiesta el recuerdo y permanencia de esa victoria primitiva de Yahvé, presen­ tándola a manera de cimiento de la obra creadora. En el Sal 110, 2 se hablaba de la entronización del mesías; el trono de Yahvé dejaba de hallarse en un altura inasequible, viniendo a convertir en signo de la soberanía de un rey sobre la tierra; Dios cedía le derecha de su trono, empezaba a gobernar a través de su mesías. En las Parábolas de Enoc (1 En 37-71) se ha dado un paso más, tanto en el aspecto escatològico como en el de la mediación de lo divino. En el aspecto 35. E. S jo b e r g , o. c., 63 ss. 36. C f. J. T h e is o h n , o. c., 158-160; J. F r ie d r ic h , o. c., 129-131. 37. J. T h eisoh n , o. c., 77-89.

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