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E L JU ICIO DEL HOMBRE 263 aquellos textos que están ligados a la esperanza davidica: «Dios me ha asentado en el trono de David, mi padre» (1 Rey 2, 24); «a uno de tu linaje pondré en tu trono» (Sal 132, 11). Es Dios quien entro­ niza; pero el trono sigue siendo de este mundo, por más que sea mesiánico. Un contexto totalmente diferente nos ofrece Sal 110: «Siéntate a mi derecha, que voy a hacer de tus enemigos estrado de tus pies» (110, 1). Tenemos aquí una verdadera entronización: Yahvé hace que el Rey-Mesías se siente a su derecha, participando de esa forma de su gloria, su poder y de su misma acción de juez sobre los pueblos. Desde el transfondo mítico de oriente en que el rey de los sumerios o de Egipto aparece sentado en el trono con la diosa, podemos suponer que aquí también se alude a un fondo semejante: como legado de Dios el mesías participa de su poder o de su reino. Teniendo esto por seguro debemos añadir que los versos 5-6 son muy difíciles de traducir; no se sabe con certeza quién es el sujeto (Dios o el rey), tampoco se acierta a separar bien las palabras del TM. Sea como fuere, lo cierto es que el rey — unido a Dios— participa de su poder judicial, destruyendo y juzgando a los reyes y pueblos26. Desde aquí sí que podemos trazar un paralelo con Mt 25, 31-33: una figura mesiánica superior se sienta en el trono de Dios, ya sea para acompañarle (Sal 110) ya sea para realizar toda su obra (Mt 25, 31-33). Antes de entrar en el estudio directo del juicio del mesías o del HH debemos volver atrás e interesarnos por el trono de Dios. Existe en la literatura profètica una serie de representaciones donde el trono aparece de manera cada vez más elevada. En Is 6, 1 se dice: «Vi a Yahvé sentado sobre un trono alto y excelso», rodeado de serafines, en medio de su templo; el trono de Yahvé, en el templo de Jerusalén, viene a convertirse en signo de la presencia transcendente de Yahvé en medio de su pueblo: así puede invocarse al trono lo mismo que se invoca al Dios que está presente (Jer 17, 12-13; cf. Jer 3, 17; 14, 21). Esta visión llega a su cumbre cuando en Ez 1, 26 se habla del «trono» de Yahvé como elevado sobre un carro celeste flanqueado de vivientes (cf. 10, l ) 27. La literatura posterior ha especulado de mil formas sobre el trono glorioso al que se alude en Ez 1, 26: «Miré hacia adentro y vi un 26. Nos basamos en el estudio de J. T h eisoh n , o . c ., 89-98. Sobre el SI 110 cf. H. J. K ra u s, Psalmen II, Neukirchen 1961, 752 ss. 27. Cf. O. S chm itz , Thronos, en ThDNT 3, 162.

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