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246 ALEJANDRO DE V ILLALM ON TE cada) entonces estamos de lleno en el mismo sentido y en la confesión de idéntica fe. Incluso a nadie extrañará que mostremos un sobrio optimismo hasta decir que, el Kerigma sobre Cristo Redentor, será contemplado desde mejor perspectiva y cobrará mayor claridad, si se reflexiona sobre él desde este nuevo horizonte mental, y prescindiendo de la teoría del p. or. La reinterpretación del texto Tridentino sobre el p. or. que nosotros hemos propuesto, quizá haya lector que la entienda (la «interprete» a su vez) como una eliminación, supresión y negación del p. or., en el sentido más desfavorable y anulador de la palabra. Sin embargo —aparte de que no hemos alimentado ninguna actitud desfavorable o menos respetuosa con el texto conciliar— objetivamente el lector atento podrá convencerse de que lo que en realidad hemos logrado no tiene carácter tajantemente negativo: hemos realizado una superación de antigua creencia, en el sentido de la famosa palabra hegeliana, una «Aufhebung» de !a antigua enseñanza. En este proceso intelectual, en un primer momento la antigua afirmación fue negada. Pero luego ha sido dialécticamente asumida y sobre-elevada. Ha sido «recuperada», como ahora se dice en correcto español, en una forma de expresión más llena, más rica, más adaptada para decir aquello que era objeto de la más radical intención comunicativaa del Tridentino y del creyente de hoy: confesar, en forma renovadora y viviente, el Kerigma del NT sobre Cristo, Salvador único de la humanidad. 9) El teólogo que — fundado en el texto de Tr .— sigue mante niendo la tesis del «pecado original», puede creerse en una posición doctrinal más segura {-tutiorl ), más «confortable», a la sombra del Magisterio. Pero, a nivel científico-crítico su pacífica posesión de la verdad tradicional deberá ser defendida contra las duras objeciones que desde la cultura humanista y desde la teología católica de hoy se presentan contra la teoría del «pecado original» y sobre la formula ción tridentina del mismo. Incluso el teólogo que quiere ser «conser vador» en este punto podría gloriarse (si lo hace en el Señor) de encontrarse en una más «devota actitud de obediencia» al Magisterio de la Iglesia62. Pero, en un segundo momento crítico — inevitable en 62. Cuando, a mediados leí siglo XIII, entraba triunfante en las escuelas cató licas la teología raciocinadora, dialéctica, crítica —al modo medieval— el «de voto doctor» san Buenaventura no la rechaza. Porque en todo este procedi miento «perscrutatorius et inquisitivus secretorum», no domina la «violencia de la razón» ni por mor de ella se busca la verdad, «sed propter amorem eius cui assentit, desiderat habere rationes: tune non evacuat ratio humana meritum, sed auget solatium» (I Sent., proem., q. I I I ad 6 m; I, 11b).
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