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QUE «E N S E Ñ A » TRENTO SOBRE E L . 245 de gravemente desobediente a la Iglesia, ni de que ponga en peligro la fe con una incorrecta confesión de la Redención de Cristo. 6) La conocida teoría de la «jerarquía de verdades» al interior de la teología cristiana, reafirma puntos importantes de nuestra anterior reinterpretación del texto tridentino. La doctrina tridentina sobre «el pecado original», en cuanto doctrina específica y contradistinta de sus conexiones doctrinales, está afirmada por Tr. en tanto en cuanto la juzgó necesaria y saludable — en aquella «circunstancia vital»— para salvaguardar el Kerigma del NT en su núcleo sustantivo: Cristo es el Salvador único del mundo. Pero dado que este dogma basilar de nuestra fe puede, sin violencia y con lucidez, ser defendido evitando el recurso a la hipótesis del «pecado original», no se ve la necesidad de seguir manteniendo tal hipótesis. Ni siquiera la conveniencia, si atendemos debidamente a las duras dificultades que hoy se ciernen sobre ella desde tantos frentes de ataque. 7) Desde el punto de vista genético-psicológico lo que acontece con «el pecado original» en Tr. es que — culminando un proceso ini­ ciado siglos atrás— se «dogmatiza» una teoría teológica, un teologú- meno que, por un proceso mental y volitivo conocido, se juzgó muy seguro y muy valioso para defender y promover la fe de la Iglesia en la Redención de Cristo. Hemos dejado de lado — sobre todo por falta de espacio— complicadas cuestiones teóricas al respecto. Lo que interesa decir es que esta «dogmatización» aquí y ahora, en el caso del decreto «de peccato originali», no es una «dogmatización» en el sen­ tido fuerte (post-Vaticano I y neoescolástico) de la palabra. Por tanto, el proceso es reversible sin poner en peligro la perennidad de la fe ni la autoridad del concilio ecuménico Tridentino. 8) Algún lector podrá juzgar nuestra reinterpretación como poco convincente, e incluso como positivamente rechazable. Será el lector que sigue «conservando» — al menos en esta cuestión— la mentalidad teológica vigente en tiempos del Tridentino. Pensará, en consecuencia, que — dado caso que conservemos la fe— , no lo hacemos en el mis­ mo sentido ni en idéntica consonancia de confesión (-eodem sensu, eademque sententia). Sin embargo, hay que decir: nadie pretenderá que conservar el sentido de la fe tridentina haya de consistir en la repetición memorística de las fórmulas de Tr., como si éstas hubiesen sido escritas bajo el dictado del Espíritu Santo. Pero, si lo que se pretende conservar es aquello esencial que el Tridentino quería con­ fesar, el Kerigma sobre Cristo Redentor (en la triple dimensión indi

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