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QUE «E N S E Ñ A » TRENTO SOBRE E L . 241 nemente, incluso ahora y aunque se acepte el cambio radical ocurrido en la cultura actual? Sí, hay un «algo sustantivo»; pero esa sustancia está en un nivel profundo del texto, no precisamente a flor de piel. — Indudablemente hay en los cánones tridentinos de «peccato originali» algo sustantivo que no se puede perder, porque pertenece al núcleo esencial del Kerigma del NT. Nos referimos a aquella verdad tridimensional tantas veces mencionada en sus vertientes cristológica, caritológica, antropológica: incapacidad soteriológica del hombre-nece- sidad de la gracia-necesidad del Redentor. — Pero acerca de la «doctrina del pecado original», en cuanto magnitud y conjunto de enunciados teológicos específicos, habrá que matizar, a tenor de nuestra exposición: a) esta doctrina no pertenece al núcleo esencial del Kerigma del NT, bajo ninguno de los tres aspec­ tos mencionados. Por tanto, tampoco pertenece al «mensaje de Salva­ ción», al «legado religioso» que el Tridentino quiso conservar en la Iglesia; b) cuando Tr. reafirma la «doctrina del pecado original», lo hace en la creencia de que es valiosa para reafirmar el Kerigma de Salvación en su misma sustancia; c) en nuestra «circunstancia vital» no se percibe ya la validez de la doctrina del p. or. para dicha fina­ lidad. Es posible salvaguardarla teórica y prácticamente sin recurso a aquella doctrina. Por tanto, mantenemos el mismo perfume, pero en otro pomo. Conservamos el mismo tesoro, pero en otro cofre. En conclusión: desde una «circunstancia vital» cambiada, nosotros nos mantenemos en la misma fe y dentro del mismo sentido profundo de la fe en el Kerigma de Salvación que Tr. poseía. Y también, con nuestra interpretación, privada y técnica, estamos en consonancia básica, en armonía, con la interpretación pública y solemne que el Tridentino propuso. La consonancia la garantiza el hecho de que en ambos casos, desde perspectivas distintas, suena la misma Palabra de Dios, el idén­ tico Kerigma sobre Cristo, Salvador único de los hombres. 10. Hacia una síntesis conclusiva No es infrecuente el caso de que en un discurso que se precie de «científico» no se quieran formular conclusiones, enunciados redondea­ dos y perfilados. Incluso alguien lo estimaría menos «científico», lige­ ramente inmodesto y pretencioso por parte del autor. Pero la palabra «conclusión» al finalizar un discurso científico no ha de tener nunca el significado tajante de decir (implícitamente): por mi parte aquí se acabó la discusión. En nuestro caso ello sería intolerable. Nos las

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