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236 ALEJANDRO DE V ILLALM ON TE contenido trilateral antes considerado). Así como el promover, median te esta defensa, la vida religiosa cristiana con la recta praxis de la fe y del culto divino. En conjunto podemos decir que lo que acontece en Tr. es la elevación a la categoría de "dogma” de una teoría teológica. — Y la con sideraron merecedora de ser objeto de un grave «precepto doctrinal» por razón, primordialmente, de su valiosidad para apuntalar el Kerig- ma del NT sobre Cristo Redentor. Supuesta la verdad objetiva de tal teoría, contrastada por siglos de estudio y por testigos autorizados. C. ¿No será revisable el proceso anteriormente descrito? — Tenien do a la vista la génesis psicológica del «precepto doctrinal» sobre el p. or., el modo cómo se llegó a promulgar esta verdad como un «dogma», como verdad perteneciente a la «fe», nada extraño que nos podamos preguntar por la posibilidad de revisar el proceso y de devol ver esta doctrina a sus primeros orígenes y reducirla, por ende, a su tamaño y valor inicial. Efectivamente, dado que el texto del Tridentino lo hemos calificado como «precepto doctrinal», nada impide que un precepto sea refor mable. Ni impide esta tarea de revisión el que haya sido calificada como «dogma». Porque, según sabemos, esta palabra en boca de los padres de Tr. no tiene el sentido fuerte de verdad infalible, irreforma ble que tiene en la terminología teológica de los neoescolásticos y del Magisterio eclesiástico moderno. Tampoco la frase «doctrina pertene ciente a la fe», ni las palabras prohibitivas de anatema-herejía, tienen este sentido fuerte. Por este motivo nos parece que el proceso tanto noético como volitivo de Tr. es revisable siempre y cuando haya cambiado en forma inequívoca y sustantiva, la «circunstancia vital», el horizonte mental y espiritual en que se terminó el proceso y llegó a promulgarse el decreto doctrinal sobre el p. or. Ahora bien, pensamos que la teología hodierna está en este caso; es decir, ha sufrido, al menos en muchos de sus profesionales, el cambio radical exigible. Efectivamente, muchos teólogos de hoy día pueden razonablemente pretender que se encuen tran en horizonte noético-teológico tan distinto, que ya no precisan de la teoría del p. or. para explicar: ni la fortísima inclinación humana al mal, al egoísmo radical; ni la existencia del mal en el mundo a cualquiera de sus niveles; ni para resolver el problema de la teodicea o la gratuidad y justicia divina en la no-elección de algunos a la vida
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