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QUE «E N S E Ñ A » TRENTO SOBRE E L . 235 teológica que quería «explicar» dogmas básicos del cristianismo, él la llegó a ver tan inherente al Mensaje neotestamentario de Salvación, tan lógicamente indispensable para una defensa racional, polémica, contra los adversarios del mismo (maniqueos y pelagianos) que la explica­ ción racional adquirió en su mente la categoría, la operatividad y dina­ mismo psicológico-mental que tiene una convicción de fe en la mente de un creyente. Dentro de su horizonte mental Agustín llegó a tener la doctrina del p. or. como verdad subjetivamente del todo segura, indispensable, a este nivel, para salvaguardar el Kerigma salvífico del NT. Parece cierto que Agustín afirmó el p. or. no porque viese con antelación que era una doctrina bíblica, sobre la cual se le ocurrían determinados razonamientos especulativos, en polémica contra los he­ rejes. La autoridad de la Escritura aparece entreverada con sus perso­ nales reflexiones especulativas al respecto. Lo mismo habría que decir, como parece normal, de los motivos volitivos, afectivos y valorativos que le impulsaron a considerar dicha doctrina tan valiosa para la vida religiosa cristiana, que la propuso como perteneciente a la fe. Es decir, con la certidumbre subjetiva (noética y afectiva) con que se afirma una verdad de fe, recibida por revelación de Dios. El Tridentino hace suyo este proceso (en forma implícita, al me­ nos y en lo sustantivo). La situación de los padres de Tr., por lo que se refiere al aspecto noético-cognoscitivo del tema, era ésta: — Están en la segura convicción o «creencia» de que el p. or. es doctrina bíblica. — Están en la convicción segura o creencia de que se contiene en la tradición doctrinal de la Iglesia universal. — Tienen la convicción de que está en conexión lógica necesaria con el Kerigma del NT sobre Cristo Salvador. B. El proceso volitivo-decisional se pone en marcha dentro ya y a consecuencia del proceso noético .— Puesto que esta doctrina es verda­ dera, y puesto que es realmente valiosa para la comunidad de los cre­ yentes, los padres de Tr. creen necesario y saludable imponerla bajo pena de anatema, como una verdad perteneciente a la «fe», como un «dogma». Los motivos más concretos de imponer como gravemente obli­ gatorio este «dogma» ya los conocemos: a) necesidad de contrarres­ tar las enseñanzas de los «herejes»; b) el valor positivo de tal doc­ trina para salvaguardar el dcgma más básico de la Redención (en el

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