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QUE «E N S E Ñ A » TRENTO SOBRE E L . 231 y, sin embargo, siguen manteniendo la realidad sustantiva del mismo. La etiología tridentina se ha cambiado por otra no prevista por el concilio. P. Schoonenberg y otros sustituyen la función de originante atribuida a Adán, por la figura del «pecado del mundo». A. Vanneste también prescinde totalmente de la etiología adánica, aunque no le gusta recurrir aquí a la figura del «pecado del mundo» 56. Nosotros nos inclinamos a pensar que, eliminada la figura de Adán como originante del p. or., éste mismo ha de sufrir transformación tan honda, que en realidad no es recognocible por los mantenedores de la enseñanza tradicional. Sospechamos que el respeto al concilio de Tr. de que hacen confesión, en realidad es puramente verbal. Bajo este aspecto su posición resultaría poco lógica. Sin embargo, demos el hecho por bueno y preguntémonos por qué estos autores siguen tan decididos partidarios del p. or. «originado». Refiriéndose nominalmente a A. Vanneste el motivo de éste: la tesis del p. or. es un correlato esencial del dogma básico, la redención de Cristo. Así cree él que se responde satisfactoriamente a la solución del problema propuesta por Pablo, Agustín, Trento 57. A nuestro juicio esta postura es insostenible. Vamos a dar la razón de nuestra afirma­ ción, a tenor de lo que hemos ido diciendo en páginas anteriores sobre el modo de entender el dogma de la radical impotencia del hom­ bre para salvarse por sí solo. Cuando A. Vanneste (y otros teólogos actuales) siguen manteniendo la tesis del p. or. como correlato esencial, indispensable de la redención de Cristo hacen, implícitamente (según entreleemos nosotros su discur­ so sobre el tema) esta argumentación: 1) hay que dejar a salvo el dog­ ma básico del cristianismo: la universal necesidad y eficacia de la Cruz de Cristo; 2) la afirmación de este dogma lleva la coafirmación de este otro: la radical impotencia soteriológica del hombre (esto no lo explicitan estos autores); 3) esta impotencia soteriológica no podría ser radical y universal si no hablamos de esa situación existencial, pre- personal, connatural en el hombre denominada por la tradición «peca­ do original»; 4) por tanto, si, por una reacción en cadena, no quere­ 56. Para la reformulación de la doctrina del p. or. prescindiendo de Adán, tal como propone P. Schoonenberg, podría consultarse nuestro informe —valoración en A. de V illalm on te, El pecado original, 369-82. Allí mismo sobre H. R ondet y G. Martelet, 363-9; P. Lengsfeld, 382-6; K. H. W eger, 386-92; U. Baumann, 535-41; D. Fernández, 348-50. 57. Para la doctrina de A . Vanneste al respecto ver nuesua exposición y crítica en El pecado original, 541-8.

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