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228 ALEJANDRO DE VILLALM ON TE suficientemente estudiado en toda la discusión actual sobre el p. or .— de María la «llena de gracia», la mujer redimida en forma «perfectísima y eminentísima», según dicen los documentos oficiales del Magisterio. Ella estaba en absoluta incapacidad soteriológica, de la cual sólo aquella plenitud de gracia de Dios pudo librarla. No tuvo pecado ninguno que in­ tensificase y agravase en Ella la incapacidad de salvación —necesidad de la gracia— del Redentor. Ella es el prototipo ejemplar de todo hombre redimido. Lo que en Ella sucede, se verifica en grado cualitativamente inferior, pero real, en todos los redimidos por Cristo. A juicio nuestro lo sucedido en María destruye toda visión hamartiocéntrica-infralapsaria de la gracia-Redención. Porque todo hombre, en opinión nuestra, antes de llegar a ser poseído-dominado por ningún tipo de pecado, está anteceden­ temente poseído y agraciado por Dios en atención a los méritos de Cristo. El pecado, en todo hombre sin excepción, viene después de la gracia. Y cuando el pecado llega incurre el hombre en una incapacidad de salva­ ción-necesidad de gracia-de Redentor por otro nuevo y distinto motivo sobrevenido al radical que ya existía y que persiste siempre: su condición creatural vista en correlación a su destino sobrenatural». De nuevo la teo­ logía católica «del sobrenatural», vista en su complejidad y aplicaciones es básica en el estudio de todo este problema de la incapacidad soterio­ lógica —necesidad de la gracia— necesidad del Redentor. D. Afirmación etiológica: el pecado de Adán. — No hay lugar a du­ das de que el Tridentino, para «explicar» la situación de empecata- miento insuperable en que se encuentra todo hombre, ya desde su entrada en la existencia, acude a una teoría tradicional: a la caída del primer hombre. La teología moderna puede dar diversas interpretacio­ nes al texto del Tridentino (DS 1511). Lo que es indudable es que el concilio admite como segura la «teología de Adán», cuyo contenido sustantivo nos es ya familiar. El hecho de que el hombre al nacer se encuentre en estado de pecado prepersonal, antecedente a cualquier decisión de su propia li­ bertad, es tan misterioso que siempre se ha intentado buscar una explicación, un porqué. La Palabra de Dios mismo ofrecía, al parecer, una etiología de este enigmático hecho en la narración de Gn 2-3; entendida como la entendió la tradición doctrinal de la Iglesia. A esta etiología sobre el empecatamiento humano universal, sobre su impoten­ cia soteriológica se atiene Tr. en el canon 1 de su decreto sobre el p. or. Pero surge aquí la pregunta ya hecha anteriormente: esta «etiolo­ gía histórica», cuasi-empírica, explicativa de la incapacidad soterioló-

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