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QUE «E N S E Ñ A » TRENTO SOBRE E L . 227 por aquel otro motivo más radical ya señalado. No, primordialmente, por su pecado. En conclusión. Que nosotros coincidimos con el Tridentino en afir­ mar el dogma tridimensional de incapacidad soteriológica radical-nece­ sidad de la gracia-necesidad del Redentor. Pero diferimos en la «expli­ cación teológica» (etiología, si se quiere) de este dogma básico. En vez de una «explicación teológica» hamartiocéntrica-infralapsaria, optamos por una explicación teológica estrictamente caritológica-cristocéntrica- antropològica. Y nosotros pensamos que, un teólogo de hoy, está obli­ gado a aceptar el contenido sustantivo del Kerigma de Salvación pro­ clamado por el Tridentino; pero no a la «explicación teológica» pre­ supuesta, concomitante, o consiguiente a dicho Kerigma de Salvación. Nos apartamos de la «etiología» que el Tridentino ofrece sobre el he­ cho del pecado universal y sobre el hecho de la incapacidad soterio­ lógica del hombre. La divergencia en «la explicación» de estos hechos «retro-opera» en el modo de entender los dogmas de la necesidad de la gracia y del Salvador. Queremos decir en el modo de explicarlos a nivel científico-teológico; no en sí mismos. Afirmamos, p u es: nosotros estamos en pleno acuerdo con el Tridentino en la confesión de estos dogmas básicos implicados en el Kerigma de Salvación. Diferimos en «el horizonte mental», en «la perspectiva noètica» desde la que avanzamos hacia una «explicación científico-teológica» de dicho Kerigma y de dichos dogmas, en la triple dimensión que les es constitutiva. Sin embargo, nuestra diferencia del Tridentino, aun en esta «explica­ ción teológica» del Kerigma, es más bien accidental, ocasional, perfecta­ mente superable. Por esta razón, leyendo el decreto «de iustificatione» se ve con claridad que este acontecimiento salvador tiene una perspectiva hamartiológica-infralapsaria, que no es la mas radical y profunda en el Tridentino mismo. Es bien sabido que «la gracia de la justificación del pecador» no es mera «remisión del pecado», sino, sobre todo, renovación interior y óntica del hombre, que le eleva a la participación de la vida divina (inicialmente y en promesa) y que le hace un «nuevo ser» en Cristo. Más aun, en la mente del Tridentino este efecto de la justificación cualitativa y valorativamente es más importante, radical, decisivo que el efecto liberador-perdonador del pecado. El efecto elevanle-deificante de la gracia es primordial y siempre se consigue. El efecto «liberador-redentor de pecado» no es primordial y no acompaña «siempre y necesariamente» a la infusión de gracia. Esta se puede infundir, de hecho, aunque no haya pecado previo ninguno en el agraciado. Tenemos el caso significativo in-

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