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172 ALEJANDRO DE VILLALMONTE comprende que el caso de la negación del p. or. produzca una primera im­ presión excesivamente desagradable; como si se atentase contra o se negase la infabilidad doctrinal de un concilio, de la misma Iglesia, en suma». La gravedad de la situación podrá medirse desde doble perspectiva: a) desde el valor del contenido doctrinal: se negaría una doctrina tenida como dogma básico del cristianismo implicado con tantas otras vedades de la fe, ense­ ñada en las Fuentes de la revelación con claridad suficiente; b) desde el aspecto formal: se privaría de la indispensable fiabilidad doctrinal a una Iglesia docente que, en diversas formas, obligó a mantener esta doctrina como segura, perteneciente a la fe. ¿No será esta postura negativa un atentado cierto, grave, directo, contra la infalibilidad del Magisterio so­ lemne? «Pensamos que es fácil demostrar que no es así. Negando la doc­ trina o teoría teológica del pecado original, todavía seguimos muy de acuerdo con la intención docente más profunda y valiosa del Tridentino. Más aún, el misterio de Cristo y su eficacia regeneradora (así como la insuficiencia soteriológica del hombre) que Tr. quiso reafirmar antes que nada, quedarán clarificados a más plena luz cuando se les quite de al lado la figura del pecado de Adán y del p. or., que durante siglos no hicieron más que ensombrecer aquellas verdades y quitarles parte de la gloria con que San Pablo quería proponerlas en Rm 5, 12-21, al enfatizar la sobreabundancia de la obra salvadora de Cristo»7. B. La investigación posterior a 1975 aporta poco nuevo a la solu­ ción de este urgente problema .—Una contribución valiosa, aunque indi­ recta, para conocer el pensamiento del Tridentino nos la ofrece K. J. Becker, en su estudio sobre el significado de la palabra «dogma» hasta el año 1500;por tanto, hasta el tiempo de Tr . 8. Mención nominal y >•* ¡m > 7. A. de V illa lm o n te , El pecado original, 553 s. Nos henos permitido alguna ligera modificación redaccional al reproducir aquel texto nuestro. El texto lo redactamos en 1978, pero quiere reproducir una situación que veíamos ya dada en 1975. 8 . K. J. B ecker , Dogma. Zur Bedeutungsgeschichte des lateinischen Wortes in der chrístlichen Literatur bis 1500, en Greg 57 (1976) 307-50; 659-701. En otros autores sólo hay alusiones de paso. V. gr., G. de Broglie, en discusión con P. G u il lu y se agarra a los textos de Trento para rechazar la novedosa re­ interpretación de éste; pero se ciñea citarlos, sinhacerseninguna pregunta sobre su sentido más hondo: A propos d’une nouvelle "interpretation” du péché origi- nel, en DoctCom 30 (1977). El trabajo de F. F rost , Le concile de Trente et le péché originel: Les canons et leur élaboration, en P. G u il lu y (Ed.), La culpa- bilité fondamentale, Gembloux 1975, 69-79, se ciñe a dar un comentario, pero sin entrar en la tarea interpretativa. Otro trabajo suyo, Le concile de Trente et la doctrine protestante, o. c., 80-105; resulta de utilidad para ver la diversa perspectiva en que se movían ambos contendientes, el Tridentino y Lutero. A. M atabosch se adhiere a la interpretación holgada que de Tr. ofrecen M . F lick -

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