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QUE «E N S E Ñ A » TRENTO SOBRE E L . 2 25 Así, pues, esta afirmación sacramentológica, segunda en jerarquía, está claramente ensañada por Tr. en función de que es absolutamente indispensable para defender y confesar, sin oscuridad ni tergiversación, la universalidad y necesidad absoluta de la obra salvadora de Cristo. C. Afirmación antropológica : situación pecadora de la humanidad antes de Cristo. — Esta afirmación, según hemos venido diciendo, es el correlato esencial para poder mantener la principal de la afirmaciones del decreto tridentino sobre el p. or. Esta afirmación tiene intención de asegurar el presupuesto indispensable para comprender a nivel hu­ mano, la necesidad de la redención. Tal presupuesto es la incapacidad radical del hombre para salvarse por sus propias fuerzas, o por otro medio que no sea la gracia de Cristo. Tr. lo afirma con decisión en este decreto y en el decreto «de iustificatione», que complementa al del p. or. (DS 1513, 1521). Según hemos dicho anteriormente la constatación de la radical im­ potencia soteriológica del hombre es un dogma básico del NT. To­ mando aquí la palabra dogma en su sentido más denso y fuerte. En realidad se trata de un dogma co-enunciado cuando se proclama el dogma de la universal redención de Cristo y el dogma de la necesidad absoluta de la gracia para la «Salvación». En el horizonte cognoscitivo de Tr. existían (en forma más o me­ nos consciente y consecuente) varias explicaciones teológicas de este dogma fundamental. Dentro de esta pluralidad, Tr. opta «prácticamen­ te» (pero sin desvalorizar otras opciones posibles y existentes) por la que venimos llamando «perspectiva hamartiológica e infralapsaria» pa­ ra hablar de la incapacidad soteriológica del hombre y de su necesidad de redención. Queremos decir, según Tr., que de hecho, la incapacidad soteriológica — radical, antecedente, universal, insuperable— con la que hay que contar para salvaguardar la necesidad del Redentor, proviene del pecado original originante-originado. El cual no es una antelequia adormecida en el fondo ser del hombre, sino una fuerza operativa ma­ ligna que le acompaña, de algún modo, toda la vida y que cada hom­ bre experimenta en sí, de algún modo, en ese impulso continuo hacia el pecado personal, que llamamos «concupiscencia». Indudablemente si, de hecho, alguien se encuentra en pecado (sea original, personal, pecado del mundo) está radicalmente incapacitado para obtener por sí mismo la salvación, necesita del Redentor. Pero, esta es una condicional que no siempre se cumple, con universalidad

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