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QUE «ENSEÑA» TRENTO SOBRE EL. 171 bien, inclusive cuando se apunta hacia esta «solución final» de todo el problema del p. or., los teólogos que la propugnan tienen la seguridad de que no están en contradicción de la intención docente radical del Tridentino5; que ellos señalan en la reafirmación solemne de la uni­ versal y absoluta necesidad de la gracia redentora de Cristo, junto con la total «impotencia soteriológica» del hombre para conseguir la sal­ vación sobrenatural a que Dios le llama: la participación en la vida íntima de Dios trino6. Como conclusión de un largo estudio sobre esta controversia, re­ cientemente resumíamos la situación y nuestra opinión personal en estos términos: «La eliminación radical del "dogma" del p. or. parece que podría im­ plicar un reto lanzado a la infalibilidad de un Concilio ecuménico, el Tridentino quien, en su lectura más obvia, lo habría definido como dogma perteneciente a la fe divina y católica, y por ello como verdad perenne e irreformable. Esta cuestión está siendo el punto doloroso —el punctum dolens — de toda la reflexión teológica que ahora se hace en torno al p. or., para buscar una superación del mismo»... Fíjese el lector en el abismo existente entre la seguridad dogmática con que antes se afirmaba esta verdad y la radical inseguridad que ahora la está acosando por doquier. «Llegados a esta altura de la controversia tenemos que decir que nos en­ contramos ante un caso extremadamente serio dentro de la teología católica en la segunda mitad del siglo XX. El tema del p. or. está siendo un text decisivo para la hermenéutica de los textos del Magisterio_de la Iglesia. Se 5. Nos referimos a la opinión de H. Haag, J. Gross, D. Fernández, A. Van- neste, U. Baumann, A. de Villalmonte que, con matices, avanzan en esa direc­ ción. Ver nuestra obra citada, El pecado original, espec. 533-56. 6 . Damos una sucinta explicación de la fórmula «impotencia soteriológica» (insuficiencia - incapacidad) del hombre, que utilizamos con frecuencia en este estudio; aunque su mismo uso nos irá dando el sentido de la misma y sus matices. La «impotencia soteriológica» del hombre la entendemos dentro del equilibrio católico que propone el Tridentino en sus decretos sobre «el pecado original» y sobre «la justificación». Alejados del optimismo pelagiano que dota al hombre de toda la necesaria capacidad soteriológica (anulando la gracia), y del pesimismo protestante, donde habría que hablar de «nada o nulidad sote­ riológica absoluta », al negar la libertad y cooperación humana bajo la moción de la gracia. La «incapacidad soteriológica» del hombre nosotros la hacemos derivar de una doble fuente: a) una más profunda, metaempírica, ultra-experimental, óntico- existencial, cual es la desproporción entre el ser creatural del hombre y la vida intradivina a cuya participación es llamado; b) otra más empírica, cuasi experi­ mental, histórica, moral, cual es el hecho del pecado en que (inevitablemente) cae todo hombre, sin la gracia de Cristo. En ambos casos hay implicada una amplia problemática teológica. Pero no podemos entrar en ella.

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