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212 ALEJANDRO DE VILLALMONTE ma», o se le llama «hereje» quiere significarse: a) ciertamente su pertinacia en negar dicha doctrina; pero b), también se dice expre­ samente o se supone que dicha doctrina pertenece a las verdades de fe de primer rango y en el sentido más riguroso, es decir, a aquéllas que han sido reveladas por Dios y están constatadas en las Fuentes48. Pues bien, aquí se corre el peligro, no siempre superado en la actualidad, de cometer un anacronismo, un abuso en la utilización del lenguaje. Una misma palabra la usa el teólogo en el sentido moderno más denso (utilización perfectamente legítima); pero simultáneamente traslada unívocamente y en total homogeneidad este significado a do­ cumentos producidos en otro tiempo, en otro horizonte cognoscitivo, en otro juego lingüístico. Con lo cual hace decir al texto de Tr. algo que ciertamente no quiso decir cuando usaba la palabra «anatema». En semejante anacronismo lingüístico es fácil caer cuando se uti­ liza la palabra «herejía-hereje». Para Tr. «hereje» es un «anatema- excomulgado» por motivos idénticos a los señalados anteriormente. Por principio puede uno ser declarado «hereje» aunque no haya ne­ gado ninguna verdad divinamente revelada. Basta que haya negado pertinazmente una doctrina universalmente aceptada-creída por la Igle­ sia, o que muestre una rebeldía contumaz contra un mandato solemne de la misma. En cambio, el usuario moderno y neoescolástico de esta palabra piensa, es verdad, en la obstinación del que la niega, pero inse­ parablemente y con preferencia incluso, lo ve como negador de una verdad revelada por Dios. Este sentido fuerte y denso es el más corriente cuando se habla hoy de un «hereje». De nuevo el mismo proceso. El usuario moderno tiene derecho a hablar así, pues es el lenguaje en uso. Lo malo llega cuando extrapola y abusa de la palabra para aplicarla uniformemente y sin perspectiva histórica, al lenguaje utilizado por Tr. Con las mismas palabras se están expresando reali­ dades objetivas diversas en muchos casos. Análoga observación hay que hacer en referencia al binomio verdad «perteneciente a la fe» (o «de fe») y «dogma». En la época medieval y premoderna, la palabra «fe» tenía el sentido amplísimo e indetermi­ nado, que aún hoy conserva en frases como ésta: el misionero se dedica a la propagación de la fe-, es decir, de la religión cristiana con todos sus contenidos doctrinales, disciplinares, cultuales. En otro sentido más 48. Este sentido más denso está claro en el Vaticano I, DS 3011, 3020, 3043; y lo recoge el CIC 1323. También el concepto de «hereje» es mucho más rígido en el Codex, 1325, § 2, que en Tr.

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