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QUE «ENSEÑA» TRENTO SOBRE EL. 211 A. Anatema-herejía, fe-dogma, en 1rento 47 .—Estas palabras han servido a la teología postridentina y moderna, hasta fecha recientísima, como «clave hermenéutica» para valorar la enseñanza tridentina sobre el p. or. Ya que se condena con «anatema» y en las discusiones con­ ciliares se llama «herejes» a los negadores de esta verdad, ello impli­ caría que nos encontramos ante una definición del Magisterio en su más alto grado de expresión: una definición ex cathedra de una verdad revelada por Dios, y que la Iglesia reconoce y propone como tal. Si­ milar resultado daría el hecho de que la doctrina del p. or. se tenga como doctrina «de fe», como un «dogma» que hay que creer. Sin embargo las investigaciones realizadas en los últimos decenios han llevado a conclusiones del todo diferentes, básicas para la reinter­ pretación del pensamiento del Tridentino y para el éxito de los actua­ les intentos de una mejor comprensión y expresión del mismo. El cambio ha consistido, en sustancia, en haber demostrado con seguridad científica suficiente, que las palabras anatema-herejía, fe-dogma tenían en Tr. un significado notablemente diferente al que han logrado en época posterior al siglo x v i i i , nominalmente en los tiempos del flore­ cimiento de la teología neoescolástica. Efectivamente, cuando el teólogo y un documento del Magisterio medieval y premoderno condenan a alguien como «anatema» y «here­ je», lo que directamente quieren decir es que ese tal queda separado de la comunión de la Iglesia por su desobediencia pertinaz a la misma. Subrayando la rebeldía a la autoridad, la desobediencia y la pertinencia en ella, los motivos de la misma pueden ser varios: la negación de una verdad contenida en la Escritura; la negación de una verdad o doc­ trina tenida como segura, en forma constante y universal, por la Comu­ nidad creyente; la repulsa de alguna medida disciplinar (de variada índole) impuesta bajo precepto grave por la autoridad eclesiástica. En cambio, el teólogo de los dos últimos siglos, el teólogo neoescolástico (y el lenguaje eclesiástico de esta misma época) carga estas palabras de un contenido más denso y fuerte. Entiende que, cuando se trata de un texto didáctico, doctrinal, si condena al negador con «anate- 47. Sobre este tema ver K. J. B eck er (con bibliografía), citado en nota 8. Los trabajos de R. Favre, F. Franseti, A. Lang y otros al respecto los hemos sintetizado en nuestra obra, El pecado original, 334-8. Interesan también los trabajos (dependientes de los anteriores) publicados por W . K a s p e r , Dogma y Palabrade Dios, Madrid 1968, 31-63. K . R ahn er -K . L ehm ann , Kerigma y dogma, en MyslSalulis, I/II, 722-46: «El dogma : historia de la palabra y cambios de sentido».

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