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206 ALEJANDRO DE VILLALMONTE Esta otra explicación de la «incapacidad soteriológica» del hombre busca la raíz de la misma a un nivel más hondo y distinto del utilizado por e) Tridentino. La raíz de la «impotencia soteriológica» del hombre se encuentra en su condición creatural finita vista en relación a la infinitud de Dios; en la sobrenaturalidcd óntica, entitat¡va y dinámica del fin sobrenatural a que Dios lo destina, cual es la participación en la vida intratrinitaria; en la consustancial labilidad moral del hombre dominado por la tendencia egoísta radical (que no es en sí todavía pecado); en el empecatamiento histórico, fáctico, en que la humanidad puede caer y cayó, según testimo­ nio de la Escritura. Este último motivo podrá ser el más visible y expe- rimentable, pero no es más radical. Por tanto, queda perfectamente salva­ guardado este dogma sustantivo del NT —el de la incapacidad soterio- lógica del hombre— aunque no se mencione el p. or. Aquel dogmalo con­ sideramos nuclear en el NT, puesto que es co-enunciado al proclamar la universal redención y la necesidad de la gracia. Ningún significado tendría el decir que el hombre necesita absolutamente de la gracia redentora, si él tuviera la capacidad de salvarse por sus propias fuerzas. Pero es seguro que carece en absoluto de la posibilidad de obtener la Salvación (-Solería), incluso antes de que se vea afectado por el pecado en cualquiera de sus formas. Y menos en esta forma concreta que llamamos «pecado original». D. Ambiente pastoral, polémico, "occidental”, en que nace el texto deTrento. —Estos calificativos podría alguien pensar que no entran dentro de los «presupuestos» de que hablamos en este apartado 5. Sin embargo, algo de presupuestos sí que tienen. Y, sobre todo, entran dentro de la categoría más genérica y abarcante de la «circunstancia vital» dentro de la cual se produjo el texto conciliar. Por eso los mencionamos, aunque sea en forma rápida. Por lo que respecta a la índole «pastoral» (religiosa y vivencial, práctica) de los decretos tridentinos parece que no podría admitirse duda ninguna de que tal intención y finalidad pastoral es la primaria. Por eso, es normal que utilice un lenguaje que es comunicativo y significativo, ante todo, a ese nivel. Con ello el lenguaje de Tr. necesariamente se distingue del que los teólogos de entonces, y también los de ahora, pueden emplear cuando tra­ tan el problema del p. or. En este caso tenemos un lenguaje fruto de una reflexión científico-crítica sobre el tema y que ha de ser leído a ese nivel. Por su índole «pastoral» el lenguaje de Tr. conserva mayor flexibilidad expresiva y no exige una lectura tan rígida como la del lenguaje técnico propio de la teología especulativa. Este hecho merece tenerse en cuenta a la hora de traducir las ideas de Tr. a otro juego lingüístico distinto,

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