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QUE «ENSEÑA» TRENTO SOBRE EL. 205 Con referencia a la vertiente caritológica, parece históricamente se­ guro que Tr. ve la necesidad de la gracia (en el decreto sobre p. or., pero más aún en el de la justificación) desde una perspectiva infralap- saria y hamartiológica: una visión de la gracia en la cual la primera perspectiva, lo que, primordialmente, se enfatiza es la función sanante, medicinal, liberadora del pecado que a la gracia le compete. Sin em­ bargo, ya san Buenaventura, sto. Tomás y los otros grandes escolás­ ticos afirmaban que la principal necesidad de la gracia no viene del pecado fáctico de Adán y de todos en él. Proviene de la despropor­ ción óntica-radical entre la finitud entitativa y dinámica del hombre respecto a la vida intradivina, que es para él absolutamente gratuita, indebida, desproporcionada, sobrenatural. Porque Dios, en su mismidad de tal ( ut est haec essentía) no es objeto natural-indispensable de la inteligencia y amor humanos. Lo es porque y cuando El quiere hacer donación de Sí mismo. Es objeto «voluntario», objeto de libérrima y graciosa donación, dice Duns Escoto. Por consiguiente, una vez más tenemos: aunque no consideramos al hombre en previo estado de pe­ cado (original o personal), sin embargo ya tenemos que afirmar de él que se encuentra en radical e insuperable incapacidad para conseguir la Salvación (la Solería, que es Dios) con sus fuerzas naturales. Por ello radicalmente necesitado de Cristo y de su gracia. No hace falta recurrir al hecho del empecatamiento universal de la humanidad por obra de Adán, para hablar de una humanidad absolutamente incapaci­ tada para salvarse. La incapacidad viene de algo anterior, más hondo. Ahora comprendemos mejor la índole de esta incapacidad soterio- lógica que el Tridentino quiso reafirmar frente al pelagianismo redi­ vivo. Según sabemos, el Tridentino, de hecho y prácticatnente, contem­ pla esta incapacidad soteriológica del hombre, desde la perspectiva ha- martiocéntrica e infralapsaria tantas veces mencionada por nosotros: el hombre es incapaz de lograr la salvación por sus propias fuerzas («per naturae vigorem», decía el Arausicano, DS 317), porque está empeca­ tado a consecuencia del pecado de Adán (DS 1513, 1521 ss.). Este es el motivo primero, al cual se añadirán los pecados personales. Pero ya en tiempo de Tr., como consecuencia inevitable de lo dicho ante­ riormente, existía otra forma de explicar dicha incapacidad soterioló­ gica. Explicación teológica que ha subsistido hasta hoy, y que a nos­ otros nos parece más apta para explicar el Kerigma neotestamentario de Salvación, sin recurso a la hipótesis del p. or.

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