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192 ALEJANDRO DE VILLALMONTE cuando hablábamos de la importancia real del tema p. or. en la controversia antipelagiana. Si bien en sentido opuesto al que tomó ahora en Lulero. Efectivamente, se reconoce por todos los historiadores que la con­ troversia Agustín-pelagianos se hizo tan dura porque en ella estaba en juego algo sustantivo del Kerigma neotestamentario: el modo cómo había de ser comprendida y vivida la obra salvadora de Cristo. Este núcleo sustantivo hay que desarrollarlo en estas tres afirmaciones im­ bricadas, compresentes y cooperantes cada una en las otras: 1.* Im­ potencia soteriológica del hombre. Pelagio comenzó su itinerario men­ tal por la negación de dicha impotencia: Dios crea al hombre bueno, sano, íntegro, con una libertad que tiene todo el poder necesario para obrar todo el bien exigible para obtener la vida eterna (error antro­ pológico). 2.“ Por tanto, el auxilio de la gracia de Dios no sería, hablando en puridad, necesario. Si acaso se podría conceder que es una conveniente ayuda de costa para obrar con más facilidad el bien, que aun sin ella podría ser cumplido (error caritológico). 3.“ En con­ secuencia, la obra redentora de Cristo quedaba reducida al mero influjo externo de su doctrina (pura «paideia») y de su ejemplo. Hay en el pelagianismo un rango o «jerarquía de errores» bien perceptible. Nótese que, hasta ahora, en el punto de arranque del pelagianis­ mo, no había referencia al «pecado original». Este es un tema que llega como consecuencia no directamente querida, una especie de subpro­ ducto en la evolución del pensamiento pelagiano. ¿Cómo llegó este problema «intruso» a perturbar —en ambas direcciones— la importan­ te y vital discusión sobre aquel núcleo sustancial del Mensaje cris­ tiano? Agustín encuentra un argumento para cortar la marcha del pensa­ miento pelagiano en su mismo arranque, insistiendo en la radical im­ potencia soteriológica del hombre. Aduce como prueba fehaciente el hecho de la caída originaria de la humanidad, su insuperable corrup­ ción ético-religiosa por efecto del pecado de Adán. El hecho de esta caída originaria está claro en la Escritura. Pelagio no podía negarlo. Pero lo «interpretó» a su modo: el pecado de Adán perjudicó a él solo, no a los demás hombres. Cada alma humana sale íntegra, sana, «santa», de manos del Creador. Lo demás es maniqueísmo mal dige­ rido. Lo importante, en nuestro caso, es que Pelagio negó el p. or. con motivo de haber negado y con la intención de seguir negando algo más grave: la impotencia soteriológica del hombre que llega a este

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