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190 ALEJANDRO DE VILLALMONTE la justificación es un puro favor externo y forense, puro favor divino trascendente y escatológico27. La tensión polémica que hallamos presente en todos los concilios ecuménicos tiene en el Tridentino la forma concreta de confrontación con el reavivado pelagianismo y con el recién aparecido luteranismo. Su enseñanza sobre el p. or. (y sobre la constelación de verdades en que tal enseñanza está instalada) deberá moverse en una línea equidis­ tante de ambos extremos, incompatibles con la recta fe y vida cristiana. No es ningún anacronismo hablar del peligro pelagiano presente en las deliberaciones conciliares y plasmado en el decreto definitivo. Los cánones 1-4 son inequívocamente antipelagianos. En realidad reprodu­ cen los decretos de Cartago y Orange contra los errores de pelagianos y semipelagianos. Una tendencia pelagianizante, muy difusa y difícil de tipificar, pero muy real, se podía detectar en la doctrina nomina­ lista sobre la gracia, en el intenso humanismo de toda la cultura am­ biental, en el cambio de mentalidad que llevaba consigo el erasmismo en boga. La interpretación que Erasmo daba a Rm 5, 12-21 no afirma el p. or. con aquella claridad que los ortodoxos deseaban, sobre todo en tiempos de peligro2S. Por otra parte, los reformadores eran incan­ sables en culpar a los católicos de propensión y connivencias con los pelagianos, por su forma de defender la libertad humana y la colabora­ ción del hombre en la obra de la justificación. Interesaba al concilio deslindar netamente las posturas y dejar bien claro que su doctrina de la gracia, y la conexa del p. or., estaban alejadas de toda sospecha, de peligro o de condescendencia pelagianizante. Así lo hacen el decreto «sobre el p. or.» y su indispensable complemento, el de la justificación. También la preocupación antiluterana es clara y determinante en la forma de expresar su fe el concilio de TV. Agustín y los agustinianos tenían expresiones muy duras sobre la corrupción sobrevenida a la naturaleza humana por el pecado de Adán y sobre la innegable «pec- candi necessitas» que el hombre siente en sí: el tenaz deseo de pecar (concupiscencia) y el gusto (libido) en el pecado. Sin embargo, no habían llegado a hablar de una sustantiva corrupción ético-religiosa- existencial, del hombre caído. Pero, cuando habla de la justificación 27. En nuestra obra, El pecado original, dedicamos un espacio al estudio de el pecado original en la teología protestante contemporánea, 209-32. Allí hay tam­ bién bibliografía para una información primera sobre la cuestión. 28. Sobre Erasmo ver A. de V il l a l m o n t e , o. c., p. 498, donde nos apoya­ mos el estudio de D. C a lc a g n o , II peccato origínale in Erasmo de Rotterdam, Brescia 1975.

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