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QUE «ENSEÑA» TRENTO SOBRE EL. 179 su dimensión cósmica sino, sobre todo, como realidades anímicas, espi rituales, imponderables. B. De la hermenéutica bíblica a la hermenéutica conciliar .—Para no prolongar ya más nuestras reflexiones tai vez declare mejor lo que queremos decir en este apartado el recurso a un ejemplo-, la tarea rea lizada por los escrituristas católicos desde hace varios decenios. Los pro gresos logrados por nuestros colegas escrituristas en la mejor inteligencia del contenido religioso-teológico de la Biblia han sido notables en am plitud y hondura. Después de veinte siglos, la hodierna exégesis y teo logía bíblicas nos ofrecen una Sagrada Escritura que podríamos llamar inédita, incluso en aspectos muy básicos, para la comunidad de los creyentes. Si fuera lícito reducir a uno sólo el conjunto de factores que han impulsado este progreso habría que decir, a juicio nuestro, que ello se debe a la metodología nueva y creadora: se ha pasado del «comen tario» a la «interpretación» (en la aceptación hodierna de las palabras, que venimos exponiendo) de los textos bíblicos. Pues bien, la nueva hermenéutica bíblica ha sido el «ejemplo que ha arrastrado» a los teólogos sistemáticos a la aplicación de la misma metodología al estudio de los textos de la tradición doctrinal de la Iglesia. En forma destacada a los textos del Magisterio solemne. Los principios gnoseológicos, filosóficos y culturales, en general, que res paldan y garantizan el cambio de método en ambos casos son osten siblemente semejantes en sí y en su aplicación concreta. Por lo que se refiere al tema del p. or. la aplicación se hacía más incitante e inevitable si tenemos en cuenta esto: los textos bíblicos tradicional mente aducidos para fundamentar la creencia en el p. or. habían sido sometidos a una relectura crítica tan pertinaz y efectiva que los exé- getas y los teólogos llegaron a la conclusión de que aquellos textos (y otros no se citaban con garantía científica) no ofrecían base segura para decir que la enseñanza sobre el p. or. era una doctrina bíblica. Ahora bien, el Tridentino leía los mencionados textos en un horizonte mental del todo similar a aquel en que fueron escritos por los hagió- grafos. Por tanto, si se quería mantener una lógica elemental habría que realizar sobre la doctrina del texto tridentino la misma relectura y reformulación crítica que acababa de hacerse en referencia a los pre tendidos testimonios escriturísticos. ¿Por qué había de gozar de una mayor intangibilidad y sacralidad el texto tridentino?
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