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178 ALEJANDRO DE VILLALMONTE palabra de Dios. Esto es impensable, pues entonces Dios sería una causa entre otras en el interior de este mundo. Hay siempre un encuentro con Dios que ha sido enunciado por los creyentes en un mensaje, el cual, a su vez, se expresa en los conceptos, las categorías, etc., de su medio. Así, el primer mensaje, y sobre todo la Escritura, es ya una interpretación. La tradición no es sino una historia de interpretaciones que se continúan y se renuevan, y esa historia de interpretaciones no se acabará sino con la historia de la humanidad terrestre. En este sentido, no hay nunca una última palabra, aunque hay, por supuesto, palabras que gozan de verda­ dera autoridad. Así nuestra interpretación moderna no es una interpreta­ ción de un dato que estaba fijo hasta el momento presente, sino que con­ tinúa la historia de las reinterpretaciones precedentes, y la continúa en una creatividad que es al mismo tiempo fidelidad»l2. Retengamos sobre todo esta idea: la Palabra de Dios que está recogida en los textos de Escritura y Tradición, nunca llega al hombre como caída del cielo, en forma perpendicular, como nuda vox Dei, en forma químicamente pura, si vale la expresión. Se encarna, condescien­ de y se «contamina» con las limitaciones, debilidades, historicidad, co­ rrelatividad y demás debilidades del lenguaje humano, excepto el error. El fenómeno teológico llamado «inspiración bíblica» y la llamada asis­ tencia del Espíritu a la Iglesia, garantizan la inmunidad de error, en el sentido estricto de la palabra. La Palabra de Dios alimenta a su Pueblo con verdades auténticamente divinas en camino hacia la manifestación escatológica de toda la verdad. Pero no están libres de imperfecciones. Al fondo de los hodiernos intentos hermenéuticos, de relectura crítica, creativa, de los textos conciliares, subyace (como en el caso del «comentario), una filosofía y gnoseología específicas; pero de signo diverso. Una filosofía que reconoce sin miedo la historicidad y correla­ tividad, como dimensiones consustanciales a toda captación y enuncia­ ción humana de la verdad. No se trata de cualquier condescendencia incontrolada y cansada, y menos de escepticismo respecto a la posibili­ dad humana de conocer la verdad objetiva y de distinguirla del error; sobre todo en el campo de lo revelado. Se trata de aceptar consecuen­ temente y con rigor las mencionadas condiciones limitadoras. Todo len­ guaje humano está sitiado y situado dentro de una «circunstancia vi­ tal», conmensurado por la realidad del tiempo y del espacio, no ya en 12. P. S ch oo nen berg , Pecado original y pecado del mundo, en Pecado y Redención, Barcelona 1972, 97 s. Otros estudios de Schoonenberg jos hemos reco­ gido en otra parte: A. de V il l a l m o n t e , El pecado original, 369-82. 330-48. 456-62.

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