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QUE «ENSEÑA» TRENTO SOBRE EL. 177 latividad de toda formulación lingüística de la verdad, incluida la ver­ dad y formulación de las verdades reveladas por Dios. En esta línea habría que enjuiciar la tendencia del «comentarista» a leer los textos de la Biblia y del Magisterio solemne casi exclusiva­ mente como «autoridades» (recuérdese las «auctoritates» de la teología medieval y neoescolástica). Sus afirmaciones son recibidas como prin­ cipios cognoscitivos que no se discuten. Se acatan y se toman como punto de partida para deducir nuevas conclusiones doctrinales, según una lógica formal y esencialista, siempre en la misma dirección y sen­ tido. El dogma crece y evoluciona por acumulación cuantitativa de conclusiones, deducciones, aplicaciones. En contraposición, el investigador que calificamos de «hermeneuta» o «intérprete», parte del presupuesto (explícita o implícitamente con­ fesado) de que la circunstancia vital en que el texto a estudiar fue oído por primera vez y la «circunstancia» en que se encuentra el oyente hodierno, han sufrido un cambio radical. Este presupuesto es lo pri­ mero que tiene que demostrar, para seguir andando. Si esto es verdad, para llegar a una intelección viviente del texto no basta repetirlo ruti­ nariamente, recordando preguntas y respuestas previamente sabidas y compartidas. Se hace indispensable retomar el problema desde su pri­ mer inicio, replantearlo con renovado interés vital ( ¡si todavía lo me­ rece! ) y darle una respuesta que sea deverdad valiosa para la vida religiosa del creyente de hoy. Si el lectorno tiene ánimos para refon- talizar y radicalizar (es decir, volver a sufuente y raíz) el problema, es señal de que no le interesa vitalmente. Recogemos a este propósito unas palabras de P. Scboonenberg que completan y esclarecen lo que acabamos de decir: «Podemos comenzar, dice, por una observación que es quizá sorpren­ dente, pero que es, sobre todo, liberadora. El intérprete moderno no es el primer intérprete. Entre el dato y el intérprete de hoy, hay ya una teología, que es a su vez una interpretación del dato. Por ejemplo, los enunciados de Cartago y de Trento sobre el pecado original, fueron elabo­ rados y asumidos en una síntesis por la teología posterior, con lo cual sufrieron una interpretación. Sin embargo, no tengo intención de hablar de esta interpretación. Quiero decir que el dato mismo, en su primera formulación, es ya una interpretación. El hombre es un ser interpretante, una inteligencia interpretante. Lo que percibe, lo dice, lo enuncia, lo expresa aplicándole las categorías, los presupuestos, los conceptos que halla en su historia (en su circunstancia vital, diríamos nosotros en la terminología que hemos adoptado). No hay revelación que sea una pura 2

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