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102 BERNARDINO DE ARMELLADA el presente domesticado, una colonización del futuro por el presente, que se perpetúa en el conservadurismo, y reduce lo humano a la escala del «hombre unidimensional», en que el tener ahoga el ser y el creci­ miento por el crecimiento se convierte en un proceso canceroso de insatisfacciones deshumanizantes. El tecnocratismo provoca un consu- mismo de masa que deteriora la realidad social, el entorno natural y la misma libertad de sentirse persona. —El modelo marxista ofrece dos actitudes que admiten la califica­ ción de «corriente fría» —la de los regímenes comunistas— y «corriente cálida». Esta última es la que merece más consideración, puesto que rompe con el continuismo conservador y busca nuevos horizontes. Estos marxistas recuperan conceptos como libertad, finalidad (valores meta- religiosos) y no se avienen con el deterninismo fatalista, propugnando la revolución en vez de la evolución. En ellos se muestra como posi­ tiva —aunque en el fondo sea incoherente— la visión de la realidad con su dinamismo capaz de autotrascenderse en la historia. Y en su antropología vislumbran una plenitud del ser humano en que se ter­ minan las contradicciones. Las ambigüedades en que se debate este marxismo humanizante se centran en esa novedad última que presienten y que siempre se les queda manca (¿en un proceso infinito o en un eterno retorno?), al no aceptar la finalización absoluta en Dios. Y lo que de ninguna manera se justifica en este modelo es el sacrificio del presente por el futuro. ¿A qué sacrificarse por un futuro del que no se participará? —El modelo cristiano no se debe presentar como terciando en una pugna sino como completando. En él se da la razón de la novedad que dinamiza el futuro: Dios. Para la fe cristiana no es lo mismo escato- logía que futurología. La dialéctica entre presente y futuro se formula en el ya del futuro absoluto trascendente —que viene de fuera del tiempo y se ha hecho presente en el acontecimiento de Jesús— , y en el todavía-no de la salvación personal definitiva de los hombres —que en su tensión laboriosa y progresiva hacia la plenitud incluye imagina­ ción y entrega respecto del compromiso temporal— . No se han de yuxtaponer el empeño trasformador y la esperanza escatológica, sino buscar la implicación mutua, de modo que el hombre deje —y gane— su vida en la con-creación del mundo. La vida eterna será común con las personas divinas y con los hombres; y no sólo la esperamos: la vivimos ya, porque su dinamismo será asumido en la nueva creación. La clave de esta visión cristiana está en la inteligencia de la propia noción de futuro: ni el futuro presentista ni el presente futurista. Más

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