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9 8 B E R N A R D IN O D E A R M E L L A D A jerárquicos y sólo les otorgan credibilidad en razón de su adaptación a esas normas de la base. Ante la imposibilidad en la jerarquía de dar gusto a todos se crea una situación de crítica y conflicto que se acentúa en el progresivo distanciamiento y desarraigo afectivo entre fieles y jerarquía. La solución que hoy se apunta como psicológicamente más viable: «considerar positivamente el conflicto y asumirlo fraternalmen­ te como un recíproco enriquecimiento», no pasa de una consideración superficial que no puede extenderse a todos los niveles. A l esbozar una tipología de las múltiples formas de creencia en el cristianismo actual, hay que suponer siempre el inevitable carácter simplificador de las «etiquetas» empleadas: cristiano sociológico (cree sin preocuparse gran cosa del cómo y el porqué); integrista (busca man­ tener ante todo la integridad del depósito de la fe, con peligro de con­ siderarse poseedor de la verdad más que poseído por ella); cristiano de la « muerte de D ios» (sólo ve plausible la autoliquidación de la Iglesia institucional); carismático (pendiente nada más de la experien­ cia e indiferente ante el problema de la ortodoxia, acepta en principio el pluralismo para revestir luego caracteres netamente sectarios); cris­ tianos para el socialismo (ortodoxia de nuevo cuño, el pecado es la explotación y alienación; la salvación es correlativa, e. d., terrena); cristiano crítico (orgulloso de su independencia, acepta el pluralismo, pero sin llegar a la privatización de la creencia y con bastante inopera- tividad en su actuación); cristiano del « aggiornamento» (sería el modelo del catolicismo actual, con un pluralismo relativo y cauto, pero ingenuo a veces, dando por buena la sociedad actual y tratando demasiado de leer los signos de los tiempos, en vez de contribuir más a escribirlos). La última postura — que parece la más correcta— tiene un grave defecto que corregir: su actitud vergonzante ante las exigencias de una secularización, cuyos valores son más imaginados que reales. Esto pro­ voca una pregunta poco menos que desoladora: ¿No será en última instancia la Iglesia la única — o casi— que habrá creído en ese dis­ curso de la secularización, y que está intentando secularizarse a marchas forzadas (y a regañadientes) en el seno de una sociedad que sigue siendo tan poco «secular» como de costumbre? Entonces la actitud vergonzante aludida se convertiría en una ironía bien significativa.

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