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A N O T A C IO N E S S O B R E E L E S C E P T IC IS M O . 53 de la vida cotidiana del hombre ordinario, pero, en el fondo, hacia sí mismo, hacia Michel de Montaigne I5. La manera como él describe el mundo, o sea, la objetividad, naturalidad y tolerancia de su descrip­ ción vienen de una experiencia que abandona, frente a la variété ( I I , 1, 319b), toda pretensión de un sentido coherente de los fenómenos. No hay, para Montaigne, una sola posición que no sea relativizada por otra contra-posición, ni una afirmación que no sea puesta en duda por una negación. Y , en ese proceso, la experiencia humana en sí misma es estrenada en el ritmo antitético de cambio. E l sceptique ( I I , 12, 484a) sigue solamente un fenómeno, pero a través de sus fases de cambio y variación. E l escéptico «abre» la latitud interna de un objeto y muestra la red de sus relaciones ( I I , 12, 483c). E l objeto, a través de ese acceso escéptico, es puesto en un contexto complementario: las virtudes se transparentan en la debilidad, la ciencia en la ignorancia, o bien la vida en la muerte como su fin. Montaigne — no obstante— que se burla de la tradición filosófica y sus sistemas 16— toca en esas reflexiones un tema ya viejo: que la finitud no es el final de la vida, ni solamente el único punto al final de una serie de momentos, sino el ambiente inmanente de la existencia que está presente en cada mo­ mento determinando la estructura de cada acción ( I I , 11, 406c). En el fondo, pero con una perspectiva más general, la ontología moderna, en su análisis fenomenológico de la existencia 17, desarrolla una concepción parecida: que el hombre habita, por así decir, en la «sombra» de la finitud; en su presencia, que se expresa, consciente o bien inconscientemente, en diversos estados de ánimo como la angustia, la tristeza o la alegría, y que, a su vez, presta el marco a esas manifes­ taciones humanas. La finitud no pertenece al hombre ni como profe­ 15. Essais III, 2, 779c; cf. también 'II, 6 , 362c; III, 9, 953b; II, 10, 391a. Lo mismo señala la crítica contemporánea: Logique de Porte Royal III, 20 § 6 , Amsterdam 1967, 397 ss.; N. M a l e b r a n c h e , Oeuvres completes I, ed. Roustan, Paris 1938, 37. Pueden verse también las inteligentes, pero un poco exageradas, observaciones de B . C. B o w e n , The Age of Bluff, Illinois 1972, 103 ss.; A. M ic h a , Le singulier Montaigne, Paris 1964, 91 ss. 16. Essais II, 12, 524a. Se exceptúa el agustinismo. Cf. en este punto M. D r e a n o , L’augustinisme dans l’Apologie de R. Sehond, en Bihl. Hum. et Ren. 24 (1962) 572 ss.; E. L im b r i c k , Montaigne et Augustin, en Bibl. Hum. et Ren. 34 (1972 ) 49 ss. Faltan investigaciones que muestren la modificación de la termino­ logía filosófica de Montaigne. Sobre los términos composer y composition, puede verse el esquema de O . N a u d e a u , La portée philosophique du vocabulaire de Montaigne, en Bibl. Hum. et Ren. 35 (1973) 487 ss. y más en general M. G u e r o u l t , Montaigne et la tradition philosophique, en Acad. Roy. de Belgique, Classe des Lettres V, 50 (1964) 307-319. 17. E. F in k , Metaphysik und Tod, Stuttgart 1968, 26 ss.

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