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3 84 ROBERTO GARCIA-RAMIREZ por una Iglesia institución que caía sobre ellas y que intentaba controlarlas; y siempre bajo la prevención y el miedo de ser vistas como una iglesia- paralela; Iglesia controladora y centralista que viene de arriba, que no com­ prende sus posturas porque tienen distinto punto de partida, y de la que desconfían por creer que su tradicional forma de ser, y sobre todo los sacer­ dotes que rigen esas Comunidades, deben de estar, según la doctrina más unánime en la Iglesia, ausentes de todo lo que sea problema temporal. E l hecho es que muchas de estas Comunidades, a pesar del ánimo que caracte­ riza a sus miembros, y el espíritu de lucha eclesial y a todos los niveles que tienen que mantener, van subsistiendo con no poca dificultad; aunque creemos que es un fenómeno irreversible y que han de triunfar por encima de todo, pues estamos seguros que la Iglesia del futuro va por ahí. 2. L a s e c u l a r i z a c i ó n d e n o p o c o s s a c e r d o t e s E l fenómeno de la secularización parece que ha amainado estos últimos años si lo comparamos con los inmediatamente posteriores al Concilio. No obstante sigue siendo considerable el número de los que se secularizan. En los secularizados en la primera etapa, es decir, los inmediatamente después del Concilio, aunque tuvieron muy diversas razones difícilmente catalogables, creemos que prevaleció un problema afectivo y sexual no resuelto a tiempo, bloqueados en sus años de formación seminarística con el que llegaron al sacerdocio. Los que nos formamos en esosseminarios en las décadas del cuarenta al sesenta, el problema sexual era el más importante: se perseguían a muerte las amistades particulares; por todas partes se veía sexualidad a la vez que aparecía como un tabú, como algo misterioso e importante de lo que nunca se hablaba claro, o por no despertarla, o porque era mejor que sobre el tema se viviese en la ignorancia más absoluta, creyendo que cuanto me­ nos se supiera de ello más puro llegaría uno al sacerdocio. Las mujeres eran presentadas como el enemigo número uno del sacerdote («la mujer es más amarga que la muerte»: Eclesiastés 7, 26, se repetía con frecuencia tomando pie de la Escritura), y el matrimonio como lo peor del mundo, citándose a este respecto frases terribles de San Bernardo y de otros Padres que lo ponían por los suelos. Con esto llegaron muchos a las órdenes sagradas com­ pletamente traumatizados8. E n la apertura postconciliar no pocos optaron por casarse dando una media solución a lo que durante toda la vida había quedado bloqueado; y digo «media solución» porque no séhasta qué punto una persona tan 8 . Véase a este propósito el estudio que hace J. D uquesne en su libro Demain, une Eglise sans Prêtres?, Paris 1968, trad. Mañana, ¿una Iglesia sin clérigos?, Barce­ lona 1969.

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