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344 HAUL FORNET BETANCOURT de su descripción de la situación se tiene la impresión de que la balanza se inclina claramente a favor de la absolutez de la libertad. De tal suerte que nos podríamos preguntar, con toda justicia además, si Sartre, en contra de su intención misma de pensar la trascendencia y la facticidad en una unidad equilibrada que diese cuenta de estos dos aspectos fundamentales del ser humano más allá de los planteamientos del realismo y del idea­ lismo, no cae de hecho en una posición idealista, cuando afirma que la libertad, cualesquiera que sean las condiciones materiales y sociales en las que se encuentre el hombre, no varía, no aumenta ni disminuye. La libertad permanece toda entera, intacta, inalterada e inalterable. Para Sartre, en efecto, al nivel de L’être et le néant, no hay situación en la que la facticidad presente una configuración tal que pueda sofocar la libertad ontològica del para-sí. Por desfavorables que sean las circunstancias, por aplastantes que sean los condicionamientos, al hombre le queda siempre abierta la posibilidad de una elección libre. Tan impermeable aparece esta libertad ontològica a las vicisitudes y desasosiegos del hombre en el mundo, que incluso el esclavo encadenado es declarado libre, pues el sentido de sus cadenas depende única y exclusivamente del proyecto que escoja: seguir siendo esclavo o arriesgar la vida para liberarse de la esclavitud. Cuando se consideran estas afirmaciones resulta muy d ifícil, por no decir imposible, no llegar a la conclusión de que Sartre, cuya intención — in­ sistimos en ello— era la de exponernos la libertad concreta en situación, no hace sino exaltar desmesuradamente una libertad abstracta e indestructible que, a la verdad, está muy lejos de representar la auténtica figura de la libertad concreta del hombre en el mundo, de esa libertad «simplemente» humana que, como experimentamos en nuestra vida cotidiana, es frágil y sumamente sensible a los fenómenos alienantes de una sociedad deshuma­ nizada. Es curioso que un filósofo, que quiere ofrecer una explicación dialéctica del juego combinatorio e interrelacional entre esos dos elementos fundamen­ tales de la realidad humana, cuales son la trascendencia y la facticidad, prive a ésta última de su peso propio, reduciéndola en el fondo a ser sencillamente aquello que la primera sobrepasa. (La razón última de esta reducción, dicho sea entre paréntesis, debe buscarse quizá en esa antidialéctica concepción sar- treana del ser-en-sí, según la cual este tipo de ser no es más que una masa inerte). Los momentos fácticos están ahí, y es cierto que Sartre insiste en que no son creados por el hombre, sino que éste los «encuentra». Pero, dado que son continuamente reabsorbidos por la fuerza del proyecto, no pueden nunca robar al hombre su trascendencia. Esta clara dislocación de peso a favor de la trascendencia impide a Sartre ver que ésta, a su vez, puede ser efectivamente mermada por la facticidad.

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