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340 RAUL FORNET BETANCOURT más libre que en otras situaciones. Ningún poder del mundo puede arre­ batar al hombre su libertad, ni facilitársela tampoco. Para Sartre, el hombre, si es libre, lo es entonces siempre y enteramente, sin más ni menos. Lo que quiere decir que, para él, no hay niveles o grados de libertad. La libertad es absoluta — en el sentido ya indicado— , y la contingencia de tener que ser libertad-en-situación no representa en sí misma ni un impedimento ni una ayuda. Pues es la libertad misma la que realiza la situación como su situación; o sea, que la situación cobra su sentido propiamente sólo en tanto que es esclarecida a la luz del proyecto libremente esbozado. Precisa­ mente, por esto, porque la contingencia situacional no se revela a la libertad más que como iluminada ya por el fin elegido por ella misma, las situaciones son, en el fondo, equivalentes. Lo que las cualifica es mi manera de vivirlas y esta manera de vivirlas es algo que depende única y exclusivamente de mí, de la meta que libremente haya trazado. Así se explica que Sartre pueda llegar a afirmar que: « ...n i siquiera las tenazas del verdugo nos dispensan de ser libres» 163. O , como se dice en otro pasaje, que « ...e l esclavo en medio de sus cadenas es tan libre como su amo...» 164. La consecuencia de esta libertad irrenunciable, indestructible e insupri- mible, es la absoluta y abrumadora responsabilidad del hombre. Para el ser humano, ser siempre y enteramente libre, significa ser siempre y entera­ mente responsable, ser absolutamente responsable de su propia manera de ser y del mundo todo. Así escribe Sartre: «La consecuencia esencial de nues­ tras observaciones anteriores es que el hombre, estando condenado a ser libre, lleva el peso del mundo todo entero sobre sus espaldas: es responsable del mundo y de sí mismo como manera de ser» 165. Por ello, la libertad, si bien representa la fuente de la grandeza humana, aparece no como un pre­ mio o un don sino como una maldición y condenación. E l hombre, justo porque es libre, está condenado a existir en un mundo en el cual ningún acontecimiento, por horrible que sea, ninguna situación, por cruel e inso­ portable que sea, le son extraños o indiferentes. Ciertamente, el hombre no es fundamento de su propio ser, ni del ser de su prójimo, ni del ser de las cosas del mundo, pues todo esto es la con­ tingencia imprescindible en la que está involucrado y con la que tropieza por doquier. Pero esta facticidad, que él no ha creado, no representa en modo alguno una razón a la que pueda recurrir el hombre para librarse, para despojarse de su responsabilidad total, o para aligerar siquiera su ago­ biante peso. Porque el hombre no encuentra nunca esa facticidad en estado bruto, sino que la facticidad se desvela más bien como asumida ya en el 163. EN, 587. 164. EN, 634. 165. EN, 639.

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