PS_NyG_1978v025n002p0271_0350

334 RAUL FORNET BETANCOURT mismo, pero sin ser existido por mí. Desde el momento en que el otro me hace frente, desde el instante en que me siento mirado por él, experimento que soy en una manera de ser que no he escogido; o sea, que existo en una dimensión de ser cuyo fundamento no es mi libertad. Vemos así que el hecho de mi pertenencia a un mundo en el que también «hay» otros, no significa únicamente existir en un mundo cuyo sentido me es enajenado, sino, a la vez, surgir en un mundo en el que corro el peligro constante de ser alienado en mi propia persona. Y esta posibilidad concreta y permanente del extrañamiento de mí mismo es justo esa nueva dimensión de mi ser que soy por y para los otros; y que, por consiguiente, sólo puedo experimentar como mía a través de las relaciones que mantengo con ellos. Es en y por las conductas de los otros frente a mí donde percibo mi ser blanco o negro, bello o feo, judío o ario. Todo esto yo lo soy, pero no para mí sino para los demás; justamente por ello lo soy sin la menor esperanza de poder penetrar en la significación que tengo en esa dimensión de ser, ni mucho menos de cambiarla. Por su mirada en- juiciadora el otro me fija, me objetiva, me hace existir a la manera de algo dado, como una simple cosa fijada de una vez por todas. ¿Qué resulta de este mi devenimiento en objeto por mediación del otro para eso que en el juego combinatorio del proyecto y de la facticidad brota como mi situación? Que, para el otro, mi situación no es tal. La situación por la que me defino es, a su vez, alienada y objetivada por el otro; de suerte que la considera como una forma puramente objetiva, ya fijada. Ante estos hechos — que, para Sartre, están fuera de toda duda— sería verdaderamente ingenuo querer negar que la presencia del prójimo no plan­ tea limitaciones reales a nuestra libertad. Nada, sin embargo, está más lejos de la intención de Sartre. De muy buen grado reconoce que en estos hechos, que de suyo no son otra cosa que la expresión de la libertad de los demás, encontramos un límite efectivo e innegable de nuestra libertad. Sartre resume este estado de cosas en la declaración siguiente: « E l ver­ dadero límite de mi libertad está pura y simplemente en el hecho mismo de que algún otro me aprehenda como otro-objeto, y en este otro hecho corolario de que mi situación deje de ser situación para el otro y devenga una forma objetiva en la que existo a título de estructura objetiva. Esta objetivación alienante de mi situación es el límite constante y específico de mi situación» 154. Nuestra libertad encuentra, pues, su limitación en la libertad del otro. Y esta limitación no es impuesta a nuestra libertad primariamente por la acción del prójimo sobre nosotros. Este límite aparece más bien como la expresión de ese hecho original y contingente que consiste justamente en que existimos en presencia de los otros. O , lo que equivale a lo mismo, 154. EN , 608.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz