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DOS TEMAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFIA. 33b que ser» l52. ¿Cómo entonces podría el pasado suprimir la libertad, cuando es la libertad precisamente la que le confiere sentido? Por economía de espacio dejamos sin considerar los momentos fácticos representados por mi mundo entorno y mi muerte, para dedicar nuestra atención ahora a la cuestión que se plantea a la libertad del para-sí con la existencia del otro. Y si preferimos el análisis de este momento de nuestra facticidad, ello se debe a que, como el propio Sartre afirma, el verdadero límite de la libertad viene de la posibilidad de que el otro me puede obje­ tivar, es decir, enajenarme y contemplarme como algo simplemente dado. Tratemos, pues, de ver en qué consiste esta limitación y si es, en verdad, un límite irrecuperable de nuestra libertad. En la elucidación de este punto encontraremos (así esperamos), la respuesta al problema que se nos plantea­ ba con la experiencia de la enajenación de nuestro propio ser por una liber­ tad que no era la nuestra, y que, no pudiendo decidirlo entonces, nos limi­ tamos a formularlo por estas preguntas: ¿La limitación real de nuestro ser por el otro sofoca nuestra libertad? O ¿será acaso posible mostrar que nuestra libertad puede y debe recuperar esta limitación, y que es ella la que también en este caso constituye la facticidad como su propia limitación? Las investigaciones del apartado precedente nos enseñaron que el otro es aquél que, como yo, confiere también un sentido al mundo. Vengo a un mundo que ya está acuñado por una serie de significaciones que no pro­ vienen de mí. Los edificios públicos, las calles, las líneas de autobuses, el reglamento de tráfico, etc.; todo esto está determinado ya por las significa­ ciones de los otros. Pero todas esas significaciones que los otros dan al mundo y que experimento como un momento de lo que me es pre-dado, no representan una verdadera limitación de mi libertad, pues, si bien es cierto que tengo que contar con ellas, es mi libertad la que, al proyectarse, tiene que dar cuenta de todas ellas. Es decir, que el mundo en que vivo es siempre un mundo ya visto, trabajado, investigado, en suma, un mundo ya significado por los otros. Pero este mundo no sofoca mi libertad. Por el contrario, es precisamente en este mundo humanizado donde mi libertad está en juego, en el que tengo que ser libre. «Pues ser libre no es elegir el mundo histórico en el que se surge — lo que no tendría ningún sentido— sino ele­ girse en el mundo, cualquiera que sea» 153. Pero el otro no es solamente aquél que confiere una significación a las cosas del mundo. E s, también y al mismo tiempo, aquél que confiere un sentido preciso a mi ser. Por la mirada enjuiciante del otro llega a mi ser una nueva dimensión que experimento como un modo de ser que se me impone, que percibo y sufro como aquello que en cada caso soy yo 152. EN, 579. 153. EN, 604. Y en el mismo sentido se declara en Situations II: «II ne s’agit pas de choisir son époque mais de se choisir en elle» (Paris, Gallimard 1948, 265).

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