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276 RAUL FORNET BETANCOURT tesis a priori que no tiene más justificación que la unidad que permite rea­ lizar en nuestra experiencia y que no podría ser pensada sin contradicción» l2. Pero si el otro es considerado, por el contrario, como fenómeno, esto es, si se le sitúa dentro de nuestro campo experiencial, el idealista se ve entonces confrontado con el mismo problema que se le planteaba al realista, a saber: ¿cómo es posible obtener la certeza de que el fenómeno de nuestra experiencia es en realidad el otro y no sencillamente cualquier otro fenómeno? Mediante esta sucinta crítica al idealismo, Sartre llega a la conclusión de que a este sistema, que desemboca en el mismo dilema que el realismo, no le quedan más que dos soluciones posibles: o bien se decide por la tesis del solipsismo; o bien adopta la hipótesis realista de la comunicación real entre las conciencias. Sartre expresa esto de la siguiente manera: «Al idea­ lista no le quedan, pues, más que dos soluciones: o bien desembarazarse en­ teramente del concepto del otro y probar que es inútil para la constitución de mi experiencia; o bien afirmar la existencia real de los otros, es decir, asentar una comunicación real y extraempírica entre las conciencias» B. Para no caer en un solipsismo declarado, el idealismo se ve forzado a decidirse por la segunda alternativa, o sea, a aceptar la existencia de los otros como real, desembocando de este modo en un idealismo dogmático e injustificado. El problema de la existencia de los otros se presenta, pues, como esa cuestión ante la cual tanto el realismo como el idealismo se tornan inconse­ cuentes con sus postulados fundamentales. Ambas doctrinas traicionan sus principios y pasan la una en la otra. ¿Cómo explicar esta curiosa y sospechosa inversión de doctrinas? Sartre considera que la razón que hace comprensible esta inversión radica en el hecho de que el realismo y el idealismo coinciden en la aceptación de una presuposición común, cual es la convicción de que la negación constitu­ yente del otro es sencillamente una negación del tipo de la negación externa. El otro, así argumenta Sartre, es, en principio, el yo que no es yo. En su afloramiento originario el otro se revela ante mí constituido por una negación. En el realismo, así como también en el idealismo, esta negación, esa nada que sale a la luz en el ser del otro en cuanto el yo que no es yo, se concibe en el sentido de una relación espacial entre el otro y yo, es decir, como una nada que no proviene ni de mí ni del otro, sino como una nada de separa­ ción que se sufre en tanto que es dada. Y poco importa que ese elemento de separación se conciba, como en el realismo, en el sentido de una espa- cialidad real o, como en el idealismo, en términos de una espacialidad ideal. En ambos sistemas, y esto es lo importante, se entiende el no-ser-yo del otro en relación a mí como una mera relación de exterioridad; de tal forma que 12. EN, 282. 13. EN, 284.

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