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324 RAUL FORNET BETANCOURT De esta equiparación del ser humano con la elección de sí mismo, re­ sulta evidente que el hombre es siempre conciencia de la elección que él es. Es decir, que en cuanto que su ser no se distingue de la elección fun­ damental de sí mismo, el hombre está siempre presente enteramente a sí mismo. Sería erróneo, sin embargo, pretender deducir de esto que el hombre tiene una conciencia analítica y detallada de su proyecto fundamental. Por el contrario, porque esta elección original y global no es una decisión volun­ taria que se concibe primero para ser realizada luego, sino que el hombre mismo es esta elección, por esto precisamente no puede tener una conciencia diferenciada de ella I35. Por otra parte, la elección de nosotros mismos es, simultáneamente, des­ cubrimiento del mundo. A l escogernos, al proyectarnos hacia un fin libre­ mente elegido, escogemos también y al mismo tiempo el modo en el que el mundo se nos manifiesta. «Elegimos el mundo — no en su contextura de en-sí, pero sí en su significación— al elegirnos» 13é. No es cuestión, pues, de hacer depender la realidad del mundo en su consistencia de en-sí del autoproyecto de la existencia humana. Las cosas del mundo, en su indiferencia de en-sí, son lo que son, y esto con total independencia de la apreciación que el hombre pueda hacer de ellas a partir de su proyecto. En su ser son, pues, independientes de todo proyecto huma­ no, pero no así en la valoración de su ser. Que una montaña, por ejemplo, aparezca o no como un impedimento, esto es algo que depende del proyecto que yo haya trazado. E l hombre no confiere el ser a las cosas, no crea el mundo, pero lo constituye en cuanto conjunto de significaciones y signifi­ cados. Es el hombre quien, al proyectarse hacia un fin, rompe la indiferencia de en-sí de las cosas del mundo y les acuña un sentido. Por ello el hombre experimenta la elección de sí mismo como el fundamento de ese conjunto de significaciones que constituyen el mundo. Pero esta elección del para-sí, por la que la cuestión del fundamento viene al ser en general, es ella misma infundamentada e injustificable, como se muestra muy especialmente en el fenómeno de la angustia. Según Sartre, la angustia es el «sentimiento» que traduce la conciencia del elegirse. En la angustia el para-sí experimenta no solamente que los posibles hacia los cuales se trasciende están continuamente amenazados por su libertad futura, sino que aprehende incluso su elección misma como in­ justificable y absurda, como no derivable de ninguna realidad anterior. Su elección es absoluta, en el sentido de que es siempre incondicionada; y pre­ cisamente en esta su absolutez radica su fragilidad, su radical infundamenta- lidad. «Por el solo hecho de que nuestra elección es absoluta, es frágil ; es decir, que al poner por ella nuestra libertad, ponemos al mismo tiempo 135. Cf. EN, 540. 136. EN, 541.

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