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DOS TEMAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFIA. 275 un cuerpo, sino el cuerpo de otro hombre. En conclusión, puede decirse que en el realismo no se da ninguna intuición del otro en tanto que otro. Y poco nos ayudará el recurso de la intuición del cuerpo para sostener que por lo menos ese cuerpo nos pone en presencia de una parte del otro, por­ que, tomando el cuerpo separado de la totalidad humana que lo envuelve, el realista no nos ofrece el cuerpo en cuanto cuerpo del otro, sino simple­ mente un cuerpo. «No es el cuerpo del otro el que está presente a la intui­ ción realista: es un cuerpo» ,0. A falta de una intuición del otro en cuanto tal otro, el realista, según Sartre, se ve obligado a admitir la existencia del otro de una manera con­ jetural y probable. Pero con esto el filósofo realista, en una curiosa modifi­ cación, termina por invertir su posición en una suerte de idealismo. «Si el cuerpo es un objeto real que actúa realmente sobre la sustancia pensante, el otro se convierte en una pura representación, cuyo esse es un simple percipi, es decir, su existencia se mide por el conocimiento que tenemos de él» ". Si resulta que el otro no es más que una mera representación producida por mí, ¿no será acaso más oportuno buscar la condición de la posibilidad de esta representación dentro de los límites de un sistema que dé cuenta de la totalidad de los objetos en el sentido de una agrupación entrelazada de representaciones, y que constituya el conocimiento que tengo de un existente en la medida de la realidad del mismo? ¿encontraremos en el idealismo la solución al problema que nos plantea la experiencia del prójimo? A decir verdad, en una filosofía de rigurosa inspiración kantiana, por ejemplo, no encontramos ningún apoyo para el cumplimiento satisfactorio de esta tarea. Y es que desde la perspectiva del kantismo, el otro tendría que ser planteado a partir de la dualidad del noúmeno y del fenómeno. Si lo entendemos en el sentido de una realidad noumenal, es decir, como la unidad organizadora a la cual nos remiten esas formas organizadas — tales como la mímica, las conductas, etc.— por las que la aparición del otro se manifiesta en mi experiencia, el otro devendría una idea reguladora situada por principio fuera de mi campo experiencial; y nos encontraríamos así ante la dificultad de explicar cómo es posible que esa idea o principio pueda actuar sobre mi experiencia. Según este punto de vista, el otro quedaría reducido al principio sintético de las experiencias que lo manifiestan y que permite organizar mi experiencia. De donde resulta que, en última instancia, «el concepto del otro no podría constituir nuestra experiencia: será necesario colocarlo, con los conceptos teleológicos, entre los conceptos reguladores. Los otros pertenecen entonces a la categoría de los 'como si’, son una hipó­ 10. EN , 278. 11. EN , 279.

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