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312 RAUL FORNET BETANCOURT En cuanto aquél que me mira, el otro es aquél que me objetiva, que me fija y que me desvela el ser que soy. Ante esta objetivación que experi mento como la alienación de mí mismo, y que no puedo ni trascender ni conocer, pues es el producto de una negación realizada por una libertad otra que la mía, ¿qué actitudes puedo asumir? Según Sartre, puedo tomar dos actitudes fundamentales y opuestas: puedo, en primer lugar, intentar poner en juego aquella reacción de defensa que representaba el segundo momento de mi relación al otro, a saber, mirar al que me mira, para convertirlo de este modo en objeto para mí. Es decir, que puedo intentar negar al otro, trascender su trascendencia, apoderarme de su libertad. O bien, en segundo lugar, mi intento puede orientarse a la asimilación de la libertad del otro, a recuperarla sin despojarla de su carácter de libertad, para devenir así fundamento de mi propio ser. En estas dos actitudes fundamentales frente al objeto que soy para el otro ve Sartre el origen de mis relaciones con cretas con el otro. «Tal es el origen de mis relaciones concretas con el otro: están dirigidas enteramente por mis actitudes frente al objeto que soy para el otro» 1W. Mis actitudes originales frente al otro adquieren de este modo la figura de un dilema: o bien me despojo de esa cara exterior, de esa objetividad que el otro me confiere, objetivando por mi parte al otro; o bien intento recuperar mi ser-objeto a través de la asimilación de aquél que funda ese mi ser-objeto, es decir, a través de la asimilación completa al otro, pero sin destruirlo en cuanto sujeto. Y Sartre hace constar expresamente que esas dos actitudes fundamentales no deben ser entendidas como posibilidades que yo «busco». Hay que decir más bien que yo «soy» esas tentativas: « ...yo soy, en la raíz misma de mi ser, pro-yecto de objetivación o de asimilación del otro» n0. Además, conviene mencionar que estas dos actitudes elementales, a pesar de que — como concede Sartre de buen grado— cada una de ellas se enriquece por el fracaso de la otra y de que en cada una está presente la otra, no describen ninguna relación dialéctica, sino un círculo en el que se engendran y destruyen mutuamente. Así escribe Sartre: «Cada una de ellas es la muerte de la otra; es decir, que el fracaso de una motiva la adopción de la otra. Así no hay dialéctica de mis relaciones con el otro, sino c írc u lo ...» 111. Pero este círculo de las relaciones concretas frente al otro es un círculo de fracasos. A excepción del odio, los modos particulares de conducta a que me inducen esas dos actitudes fundamentales frente al otro aspiran principalmente a la realización de un valor supremo o ideal, cual es el de la unificación total o identificación con el otro. Este ideal, que 109. EN, 430. 110. EN, 430. 111. EN, 430.
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