PS_NyG_1978v025n002p0271_0350

274 RAUL FORNET BETANCOURT dónales sobre el prójimo, que se resumen, a su juicio, en estas dos corrientes del pensamiento: el realismo y el idealismo; y, segundo, con las concepcio­ nes de Husserl, Hegel y Heidegger. De esta controversia no nos interesa tanto el investigar si la crítica de Sartre a estas doctrinas es legítima o no, como el ver en qué medida su crítica nos ayuda a comprender ya su propia posición con respecto a la problemática del prójimo. Sólo en el caso de Hei­ degger haremos una excepción y recurriremos a determinados pasajes de Sein und Zeit, puesto que, como veremos luego, la interpretación de Sartre no acierta en muchos puntos a referir fielmente ni la letra ni el espíritu de la doctrina heideggeriana. Sartre comienza constatando el curioso suceso de que la existencia del otro no ha sido nunca un verdadero problema para la filosofía realista. De hecho, el realista está convencido de que el otro es una realidad que se da inmediatamente a nuestra intuición. La existencia del otro es una naturali­ dad. Para el realismo el otro es simplemente una substancia pensante al igual que yo mismo. De tal suerte que me es posible, sin mayores dificultades, trasponer las estructuras fundamentales y esenciales que descubro en mi ser al ser del otro. Pero el realista, preocupado por explicar el conocimiento a través de la influencia de una acción exterior sobre la substancia pensante, no se esfuerza por resolver la cuestión de la comunicación y de la interac­ ción entre esas substancias pensantes en términos de una acción inmediata y directa entre las mismas, sino que cree resolver este problema mediante la acción mediadora del mundo. Las sustancias pensantes «se comunican por mediación del mundo; entre la conciencia de los otros y la mía, mi cuerpo como cosa del mundo y el cuerpo de los otros son los intermediarios nece­ sarios» 8. Pero con esta explicación, así opina Sartre, lo que realmente se pone de manifiesto es el problema del conocimiento del otro en tanto que otro yo, es decir, en tanto que substancia pensante. Si lo que el realista aprehende propiamente en su intuición no es más que el ser dado del cuerpo extraño: ¿cómo llega entonces a la certeza de la existencia del pensamiento ajeno? ¿cómo obtiene la certeza de la existencia del alma del otro? La intuición del realista no nos ofrece de ninguna manera el alma del otro. Su certeza de la existencia del otro se funda única y exclusivamente en la presencia de la cosa espacio-temporal — el cuerpo— ante su conciencia; y precisamente por ello no puede transmitir esta certeza sin más ni más a la realidad del alma del otro, «...esa alma no se da en persona a la mía: es una ausencia, una significación, el cuerpo indica hacia ella sin entregarla» 9. Desde esta perspectiva resulta imposible ganar la certeza incuestionable de que ese cuerpo que aparece en el campo de mi percepción no es solamente 8 . EN, 277. 9. EN, 278.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz