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DOS TEMAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFIA. 303 Por otra parte, esa probabilidad constitucional del objeto-otro, en cuanto existente presente ultramundanamente, no podría en ningún caso disminuir ni poner en cuestión la apodicticidad de mi certeza del sujeto-otro, porque gano esta certeza mediante la vivencia del ser-mirado y este ser mirado es justamente independiente del objeto portador de la mirada. Que la mirada apa­ rezca ligada a tal o cual existente objetivo puede ser probable. Cierto e indudable es, por el contrario, el hecho de mi ser-mirado 82. Que la refutación sartreana de esta objeción de que la mirada puede ser un fenómeno simplemente probable, apunta ante todo a poner de manifiesto la radical distinción entre el objeto-otro, es decir, la aparición fáctica del otro como un ser-ahí objetivamente presente que sólo y siempre es proba­ ble, y el sujeto-otro, esto es, la realidad del otro mismo como presencia tras­ cendente y ultramundana que es indudablemente cierta, se ve más claramente todavía en el análisis que hace Sartre de una situación concreta en la cual compruebo que, en efecto, me he equivocado y que nadie me ha mirado. Supongamos que, estando en plan de espiar por el ojo de una cerradura, escucho pasos en el pasillo y me recorre un escalofrío de vergüenza. Me sien­ to mirado. Pero he aquí que levanto mis ojos y recorro el pasillo con mi vista: está desierto. Cuando descubro que se trata de una falsa alarma, ¿qué sucede entonces? ¿Podré equiparar este haberme equivocado, este engaño, con la desaparición de la certeza de mi ser-para-otro? ¿Es mi realidad obje­ tiva como ser-para-otro lo que se me revela como un error? De ninguna manera. La verdad es que lo que sucede es más bien lo contrario. «Lejos de que el otro haya desaparecido con mi primera alarma, está ahora por todas partes, encima de mí, debajo de mí, en las habitaciones vecinas, y continúo sintiendo profundamente mi ser-para-otro» 83. Por esto concluye Sartre que lo que se destruye por sí mismo en esa falsa alarma no es ni el sujeto-otro ni su presencia trascendente en mi ser, sino tan sólo la presencia fáctica del otro. Esto es, que lo que se muestra como erróneo es solamente la aparición objetiva del otro como un ser-ahí intramundano. «Así lo que es dudoso no es el otro mismo, es el ser-ahí del otro; es decir, ese acontecimiento histórico y concreto que podemos expresar por las palabras: 'hay alguien en esta habitación’» M. Desde la perspectiva abierta por estas reflexiones resulta evidente enton­ ces que el objeto-otro, entendido como pura facticidad intramundana, se me manifiesta dentro del campo de mi percepción, y es siempre probable. Infa­ lible y evidente es, por el contrario, mi certeza de la presencia ultramundana del sujeto-otro. Este otro ultramundano, el otro «mismo», y no el otro fáctico, es al que yo experimento como la condición concreta y trascendente de mi ser-objeto. 82. Cf. EN, 336. 83. EN, 336. 84. EN, 337.

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