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302 RAUL FORNET BETANCOURT A nuestro modo de ver, estas precisiones de Sartre sobre el sentido del afloramiento del otro en la mirada, se han hecho en vista de un objetivo muy concreto: apuntalar su idea conductora de que no constituimos al otro, sino que lo encontramos. Y lo encontramos no como una categoría resultante de una derivación de mi ser, ni tampoco por un proceso cognoscitivo. Indeducible desde mí, incognoscible para mí, el otro «es»; y lo encuentro como un hecho incuestionable como un facturn. « E l hecho del otro es incon­ testable, y me alcanza en pleno corazón. Lo realizo por el malestar ; por él estoy perpetuamente en peligro en un mundo que es este mundo y que, sin embargo, no puedo sino presentir; y el otro no me aparece como un ser que estuviese primeramente constituido para encontrarme luego, sino como un ser que surge en una relación original de ser conmigo y cuya indudabilidad y necesidad de hecho son las de mi propia conciencia»80. La evidencia e indudabilidad de la presencia del otro se nos manifiestan, por tanto, en y a través de ese fenómeno singular que es el aprehenderse como ser-mirado. Pero si tenemos en cuenta el hecho de que en nuestra vida cotidiana vivimos múltiples situaciones en las que nos podemos creer mirados, sin que otro hombre nos mire realmente, ¿no deviene entonces la mirada algo que es sólo probable? Y esta probabilidad de la mirada, ¿no nos obligará entonces a reconocer que nuestra certeza apodíctica de la existencia del otro ha perdido su fundamento? ¿Tendremos que concluir, por consiguiente, que la presencia del otro, que mi certeza de su presencia tiene un carácter sim­ plemente conjetural, hipotético? Según Sartre, la objeción que expresan estas preguntas procede de la confusión de dos órdenes distintos del conocimiento y de dos tipos de ser que son completamente incomparables entre s í 8!. Ese otro-objeto, es decir, ese otro que percibo en medio del mundo, que emerge dentro de mi horizonte perceptivo, es siempre probable. Y su pro­ babilidad proviene justamente de su carácter de ser-objeto. Que ese que veo pasar junto a mí sea un hombre, es sólo probable y no puedo suprimir esta probabilidad ni siquiera cuando el pasante vuelve sus ojos hacia mí y me experimento como mirado, pues la experiencia del saberme mirado me des­ cubre sola y únicamente la presencia del sujeto-otro. ¿Por qué? Según Sar­ tre, porque la mirada aparece sobre el transfondo de la destrucción del objeto-otro que la manifiesta. Es decir, que la mirada es desaparición de aquél que la sostiene. De aquí, pues, que mi certeza de la presencia del otro-sujeto no me pueda servir para invalidar la probabilidad de la aparición del otro-objeto. La indudabilidad conviene sólo y exclusivamente a la pre­ sencia trascendente del sujeto-otro en mí, y nada me autoriza a transfe­ rirla a la aparición fáctica del otro como un ser-ahí. 80. EN, 334. 81. Cf. EN, 335.

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