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DOS TEMAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFIA. 299 en el medio de las cosas, y porque tengo necesidad de la mediación del otro para ser lo que soy» 73. Pero esta alienación, esta objetivación de mi ser implica la alienación de mi mundo. Con el encuentro del otro-sujeto se hace explícita aquella aliena­ ción de mi mundo que ya se anunciaba en la aparición del otro como un objeto que me robaba el mundo. Pero con esta diferencia esencial: el otro- sujeto me aparecía como un elemento de disgregación de mi universo. Las cosas huían de mí hacia él. Pero, precisamente porque él era todavía un objeto para mí, yo podía mantener el derrame de mi mundo hacia el otro dentro de los límites de mis distancias. Ahora, sin embargo, el derrame, la hemorragia de mi mundo es incontrolable. Tan pronto como el otro-sujeto me hace frente en la mirada, «la huida es sin término, se pierde en el exte­ rior, el mundo se escurre fuera del mundo y yo me escurro fuera de mí» 14. La mirada del otro me convierte en un objeto y me hace ser mi ser-objeto en un mundo alienado, en un mundo en el cual mis distancias entre las cosas han sido negadas por las distancias desplegadas por el otro. Desde las reflexiones precedentes es fácil comprender que el «ser-visto- por-otro» me coloca en una situación desesperada, pues al ser visto estoy a merced de la imprevisible e indeterminada libertad de aquél que me ve. Estoy desarmado, indefenso ante el otro. En perfecta lógica con su visión tan pesi­ mista y desconocedora de toda posibilidad de un encuentro dialógico entre el yo y el tú, escribe Sartre: «Así ser visto me constituye como un ser sin defensa para una libertad que no es mi libertad» 75. La mirada del otro no sólo me juzga, sino que también me esclaviza. A l juzgarme, el otro realiza una valoración de mi ser y , dado que este juicio valorativo es el acto de la subjetividad libre del otro, me encuentro totalmente desamparado ante esa valorización y en una radical impotencia de actuar sobre ella. En cuanto objeto espacio-temporal que el otro aprecia valorativamente desde su libertad inaprehensible, me vivo como dependiendo en mi ser de esa libertad extraña que es esencialmente indeterminable e imprevisible; y en este sentido me encuentro frente a ella en una situación de esclavitud: «Soy esclavo en la medida en que soy dependiente en mi ser en el seno de una libertad que no es la mía y que es condición misma de mi se r»76. Con esto tocamos un problema de muy profunda significación, cual es el de ver en qué medida la libertad que me define a mí como ser-para-sí sigue en pie, a pesar de esta alienación por el otro. Con la aparición del otro, encuentro, en efecto, un límite real de mi libertad. E l otro confiere a mi libertad, por decirlo así, una cara exterior. Pero, ¿en qué medida es preciso que mi libertad pueda recuperar ese límite, esa cara exterior? Por 73. EN, 349. 74. EN, 319. 75. EN, 326. 76. EN , 326.

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