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298 RAUL EORNET BETANCOURT una dimensión de ser de la que estuviese separado por una nada radical: y esta nada, es la libertad del otro» 71. La mirada del otro me pega a lo que soy. Su mirada hace desaparecer mis posibilidades y fija mi ser como un objeto entre otros objetos. Me vivo prácticamente como un ser del tipo del ser-en-sí. Mi ser-para-otro es pura factividad, un trozo más de ese mundo que él organiza desplegando sus dis­ tancias. Su mirada me despoja de mi trascendencia, pues la mirada del otro cae sobre mí como un juicio definitivo. Para él soy lo que soy en ese mo­ mento, sin posibilidad alguna de dejar de serlo. Con la aparición del otro, mi trascendencia se estanca, se entumece, se congela. La mirada del otro trasciende mi trascendencia y me otorga algo así como un exterior, una naturaleza, una esencia. Por todo esto, dice Sartre, la existencia del otro representa en verdad «mi caída original» — ma chute originelle — 12. El encuentro con el otro no ya como objeto, sino como sujeto libre significa mi «caída original», porque con su aparición experimento la alie­ nación de mis estructuras fundamentales como ser-para-sí. Bajo la mirada del otro no soy un ser-en-el-mundo sino un ser-en-medio-del-mundo; y mi trascendencia deviene una trascendencia constatada, dada. Lo que equivale a decir que ha sido puesta fuera de juego por la trascendencia del otro. Mis posibiladades son, ciertamente, todavía mías, pero la mirada del otro las transforma radicalmente. Las experimento en el constante peligro de ser destruidas por el otro. La existencia del otro, mi «caída original», envuelve así una alienación doble, puesto que la mirada del otro, al congelar mi tras­ cendencia y mis posibilidades, objetiva mi ser, lo convierte en algo mundano y, al mismo tiempo, me despoja de mi mundo. El otro, en consecuencia, me aliena a mí mismo, mundanizando mi ser, y aliena mi mundo en cuanto que bajo su mirada mi mundo queda desmundanizado. Tratemos de explicar en forma breve lo esencial de este proceso de doble alienación. En cuanto ser-para-sí, yo «realizo» mi mundo, lo organizo desplegando mis distancias. Me vivo como centro de la ordenación de los objetos. Soy el punto central de mi mundo, y en mi presencia a él me aprehendo como su realizador y organizador, y no como un trozo más de ese mundo. Pues bien, la mirada del otro me arrebata esta mi posición privilegiada y me arroja en el mundo como un objeto. El otro me integra en su ordenación de las cosas como una cosa más, como un trozo de ese mundo que él agrupa en torno a sí. Caer en medio del mundo como una cosa entre las cosas, tal es esa alienación de mí mismo que se me revela en la vergüenza, por ejemplo. «La vergüenza es sentimiento de caída original no por el hecho de que haya cometido tal o cual falta, sino simplemente porque he 'caído’ en el mundo, 71. EN, 320. 72. EN, 321.

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