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292 RAUL FORNET BETANCOURT la presencia del otro54. Pero, ¿representa esta modalidad mi relación original al otro? Si fuese éste el caso, la existencia del otro no pasaría de ser conje­ tural. Pero ese mendigo que pasa junto a mí, por ejemplo, es un objeto para mí y no pongo en duda la objetualidad de su presencia. El es, pues, un objeto, y no un sueño o una simple conjetura. Pero, ¿estoy seguro de que ese objeto es realmente el otro, es decir, que el mendigo que veo en la calle entre otros objetos es verdaderamente un hombre y no un robot? De ninguna manera. Porque en cuanto objeto el otro qua otro es sólo y siempre probable. Por tanto, si la relación fundamental entre mí y el otro fuese esa relación de objetualidad, no podría afirmar en modo absolutamente cierto que ese otro que aparece en el campo de mi percepción, como un objeto se distingue realmente de los otros objetos. Para Sartre, sin embargo, el hecho mismo de la probabilidad con que el otro emerge en mi horizonte perceptivo indica ya sobre esa relación original en la que el otro se descubre no como objeto de mi percepción, sino como el sujeto-otro, que «...mi percepción del otro como objeto, sin salir de los límites de la probabilidad y a causa de esta proba­ bilidad misma, remite por esencia a una captación fundamental del otro, en la que el otro no se descubrirá ya a mí como objeto, sino como 'presencia en persona’» 55. Si tenemos que la aparición del otro en el horizonte de mi percepción se refiere en sí misma a esa relación original, nuestra tarea ha de consistir entonces en investigar más profundamente esa aparición trivial del otro, para hacer patente desde ella la conexión fundamental a la que dice referen­ cia. Hemos de partir, por consiguiente, de una situación concreta de nuestra vida cotidiana. Sartre toma la siguiente situación: Estoy sentado en un jardín público y observo las cosas que me rodean, el césped, los bancos, etc.; me vivo como el centro en torno al cual se agru­ pan y se aglutinan las cosas que observo. Todo ese mundo de objetos está organizado por y desde mí. Pero, he aquí que de pronto aparece otro hombre en el jardín. Lo veo y lo tomo al principio como un objeto que no parece diferenciarse de los otros objetos entre los cuales lo he visto surgir. Al parecer, pues, podría proceder con el objeto-hombre de la misma manera como he procedido con los otros objetos. Es decir, que podría tratar de incorporar este nuevo objeto en la organización tempo-espacial que he rea­ lizado al desplegar mis distancias entre las cosas 56. De este modo el otro- objeto, incluido en mi ordenamiento del mundo de los objetos, aparecería en una pura relación aditiva con las otras cosas. Su desaparición, por consi­ 54. Cf. EN, 310. 55. EN, 310. 56. Nótese que en el análisis de la situación que ha tomado como ejemplo, Same se orienta en la ideta heideggeriana de que el Dasein humano es ese existente pecu­ liar que despliega «distancias».

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