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284 RAUL FORNET BETANCOURT para él, este paso a un conocimiento universal, a una medida común entre mi conciencia y la del otro, es imposible por principio, es decir, impensable en razón de la misma estructura de ser de la conciencia. Ya sabemos que Sartre, en acuerdo con Heidegger, define el ser de la conciencia o ser-para-sí como ese existente peculiar que en su mismo ser se plantea el problema de su ser. De donde se sigue que el ser de la conciencia debe ser interpretado como interioridad pura. El ser-para-sí persigue conti­ nuamente su sí mismo; es su ser en la forma del tener que ser su ser. Lo cual significa que el para-sí «es entonces la exclusión radical de toda obje­ tividad» 32. En virtud de su constitutiva estructura de nihilización, el ser-para-sí no puede aprehenderse como objeto para sí mismo. Sin embargo, es cierto que el para-sí puede aparecer como objeto para otro. Sólo que con ello se ha producido una profunda modificación, pues en cuanto objeto el para-sí no es para-sí, sino justamente para el otro. Mi ser para mí mismo es, en cuanto tal, incognoscible para el otro y, a la inversa, el ser del otro en lo que él es para sí mismo me resulta inaprehensible, «...el para-sí es incognoscible por el otro en cuanto para-sí. El objeto que capto bajo el nombre de otro me apa­ rece en forma radicalmente otra-, el otro no es para-sí como él me aparece, yo no me aparezco a mí mismo como soy para el otro; soy tan incapaz de percibirme tal como soy para el otro, como de percibir lo que es el otro para sí a partir del objeto-otro que me aparece» 33. De aquí, la imposibilidad de un reconocimiento mutuo, de un conocimiento universal en el que se rea­ lizase la unificación de las conciencias. Contra Hegel, enseña Sartre que la separación de las conciencias es insu­ perable. La fórmula hegeliana «yo sé que el otro me sabe como sí mismo» expresa, pues, un optimismo desmedido e injustificable. Entre las conciencias no se da reciprocidad, sino exclusión mutua. Con esto llegamos a un punto decisivo para el desarrollo ulterior de la doctrina sartreana sobre el prójimo, pues nos parece que es este convencimiento el que llevará a Sartre a afirmar que las relaciones interhumanas se asientan en el conflicto. Pero el optimismo de Hegel es también ontològico. Situándose en el plano de la verdad, y puesto que, para él, la verdad es el todo, Hegel con­ sidera el problema del otro desde el punto de vista de la totalidad o de lo absoluto. Cuando investiga la relación entre las conciencias, Hegel no se sitúa en ninguna conciencia concreta. Se eleva por encima de las conciencias individuales y las considera como momentos de la totalidad. Por consiguiente, a pesar de advertir expresamente que el todo debe ser interpretado como resultado, es decir, que sólo al final del camino de vuelta sobre sí mismo del espíritu es el todo lo que en verdad es, Hegel se instala desde el comienzo 32. EN, 298. 33. EN, 298.

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