PS_NyG_1978v025n002p0271_0350

DOS TEMAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFIA. 283 despegarse del punto de vista tradicional del conocimiento. Así escribe: «Si hay un Yo en verdad para el que el otro es objeto, es porque hay un otro para el que el Yo es objeto. El conocimiento sigue siendo aun aquí medida del ser y Hegel no concibe siquiera que pueda haber un ser-para-otro que no sea finalmente reductible a un 'ser-objeto’» 29. Argumentando desde su propia concepción de la conciencia, Sartre ad­ vierte a continuación que con la fórmula abstracta «yo soy yo» Hegel equi­ voca por completo el hecho original de la conciencia. La conciencia (de) sí, dice Sartre, es primordialmente una ipseidad, un ser concreto, y no una mera relación abstracta de identidad. Subrayando el primado de la existencia concreta — que de ninguna manera puede definirse en términos de conoci­ mientos— , Sartre puede entonces hacer valer contra Hegel que el móvil del combate de las conciencias no radica en el esfuerzo por obtener el reconoci­ miento de una verdad abstracta y general, sino más bien el reconocimiento del ser concreto e individual. Ciertamente, los derechos que cada individuo concreto reclama del otro son universales, pero es para él, en tanto que ser individual y concreto, que los reclama. En la línea de Kierkegaard, Sartre reclama, contra Hegel, la primacía de la existencia singular frente a la gene­ ralidad, a la universalidad30. Como indicábamos más arriba, Sartre resume las desviaciones resultantes de esta identificación absoluta de ser y conocer en el reproche de que la doctrina hegeliana peca por optimista. Su optimismo es doble. Es, en primer lugar, de orden epistemológico. Hegel piensa, en efecto, que la verdad de la autoconciencia puede manifestarse, que el reconocimiento mutuo y simul­ táneo de las autoconciencias puede ser realizado. Tal sería lo que se expresaría en el aserto: «Yo sé que otro me sabe como sí mismo». En este reconoci­ miento mutuo se produciría en verdad la universalidad de la autoconciencia; la instauración de la conciencia de sí general se habría realizado. Es cierto que, como el propio Hegel concede, esto no se logra todavía en el estadio de la relación de señorío y servidumbre — el reconocimiento aquí es sólo unilateral— ; la unidad de las conciencias no existe al comienzo, pero sí que ha de poder ser establecida al final del desarrollo dialéctico. Muy acer­ tadamente comenta Sartre este punto al escribir que: «Si, en efecto, el otro debe remitirme mi 'sí-mismo’, es necesario que, por lo menos al tér­ mino de la evolución dialéctica, hubiera una medida común entre lo que yo soy para él, lo que él es para mí, lo que soy para mí y lo que él es para él»31. Pero ¿este tránsito a la universalidad en la que se supera la separación ontològica de las conciencias es lícito? Según Sartre no lo es. Todavía más, 29. EN, 294. 30. a . EN, 295-296. 31. EN, 296.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz