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DOS TEMAS FUNDAMENTALES DE LA FILOSOFIA. 281 to, ha fracasado en su intento por desatarlo. Veamos ahora si Hegel tiene mejor suerte en esta empresa. A Hegel, según la estimación de Sartre, corresponde el mérito indiscu­ tible de haber planteado este problema en sus justos términos. Esta apre­ ciación nos parece que explica por qué Sartre, haciendo caso omiso del orden cronológico de las doctrinas, sitúa la concepción hegeliana del ser-otro entre las de Husserl y Heidegger, para poder de esta suerte resaltar mejor el hecho incontestable de que, frente a Husserl, Hegel nos hace avanzar un buen trecho hacia la verdadera comprensión del encuentro con el prójimo. ¿En qué se manifiesta ese importante progreso conseguido por Hegel en esta cuestión? Para Sartre es lo siguiente: «La aparición de los otros no es ya, en efecto, indispensable para la constitución del mundo y de mi 'ego’ empí­ rico, sino que lo es para la existencia misma de mi conciencia como conciencia de sí» 26. Con ello Hegel ha llegado al verdadero meollo de este problema. En su interpretación — que, dicho sea en inciso, se basa principalmente en la dialéctica del señorío y de la servidumbre de la Phänomenologie des Geistes y de la Philosophische Propädeutik — Sartre comienza por poner en relieve aquellos puntos de la doctrina hegeliana que, a su parecer, conforman lo esencial de la intuición genial del gran filósofo idealista alemán. Estos puntos, a los que Sartre se adhiere sin reservas de ningún tipo, son en resu­ men, primero, la concepción de la relación de la negación interna que va implicada en la determinación dialéctica de la autoconciencia y, segundo, la explícita dependencia de ser esencial que expresa mi ser con respecto del ser del otro. Tratemos de explicar brevemente estas ideas tan importantes. Para Hegel, en efecto, la igualdad «yo soy yo» no expresa otra cosa que la certeza de sí misma que tiene la conciencia. Es auto-conciencia y, en cuanto tal, está cierta de sí misma en tanto que existencia para-sí; mas esta certeza no tiene todavía el valor de verdad. Por ello la autoconciencia, lejos de reposar tranquilamente sobre su pura existencia para-sí, se ve im­ pulsada a producir su propio ser-para-sí como un objeto independiente, pues sólo así, sólo en cuanto el objeto se le presenta como su misma certeza de sí puede alcanzar la verdad de su ser-para-sí. Pero para poder llevar a cabo esta conversión de la certeza de sí en verdad, para realizar su concepto, la autoconciencia necesita de otra autoconciencia, del otro. Es por media­ ción del otro, es decir, porque la autoconciencia es mediación consigo misma a través de otra autoconciencia, por lo que la autoconciencia es real y ver­ daderamente un ser-para-sí. «Así, comenta Sartre, el hecho primero es la pluralidad de las conciencias y esta pluralidad es realizada en forma de una relación de exclusión doble y recíproca. Henos aquí en presencia del vínculo de negación por interioridad...»27. Con lo cual se hace evidente el impor- 26. EN, 291. 27. EN, 291-292. 3

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