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28Ü RAUL FOKNET BETANCOURT cuestión diciendo, como expone Sartre a renglón seguido, que «desde el principio, el sujeto trascendental remite a otros sujetos para la constitución del complejo noemático», resultará entonces fácil argumentar diciendo que «remite a ellos como a significaciones » 23. El resultado de este punto de vista es, pues, patente: el otro aflora aquí en calidad de una categoría que es indispensable para la constitución de un mundo, mas no en el sentido existencial de un sujeto concreto que está, por naturaleza, más allá de ese mundo. Con esto llega Sartre a la característica ontològica decisiva del ser de los demás que le interesa resaltar contra la doctrina husserliana, a saber la extra- mundanidad del ser del otro. Y no es que Husserl haya determinado al otro como un mero objeto intramundano. No. Lo que Sartre quiere constatar con ello es que Husserl se priva a sí mismo de la posibilidad de comprender el significado de esa extramundanidad del otro, porque, para él, el ser es exclusivamente el ser-objeto. Es decir que, a la manera idealista, toma el conocimiento como medida del ser. Convencimiento éste que no deja sitio ninguno a la posibilidad de considerar al otro como un existente que es tan originario como yo mismo. No se puede, en efecto, hablar de una igualdad de origen, pues, desde el momento en que el ser del otro es medido por el conocimiento que adquiero de él, se hace patente que mi yo primitivo es aquél que, en definitiva, cons­ tituye al otro. Por ello, Sartre se cree autorizado a concluir que Husserl, a pesar de que haya apreciado su teoría como una superación del solipsismo, no logra salir de la soledad ontològica de la subjetividad trascendental: «...la única conexión que Husserl ha podido establecer entre mi ser y el ser de los otros es la del conocimiento; de modo que tampoco pudo, como Kant, escapar al solipsismo» 24. En este contexto advierte Sartre, en un pasaje de indudable valor auto­ crítico, que, para escapar a la amenaza del solipsismo, no basta con refutar la existencia del sujeto trascendental, como él mismo había pensado en su trabajo La transcendance de l’ego. La conciencia, sostenía Sartre entonces, es un vacío absoluto; no está habitada por ningún yo, por ningún sujeto. Pues bien, esta concepción, aun cuando tiene el valor de mostrar que no gozo de ningún privilegio con respecto del otro, no es suficiente para librarse del solipsismo; ya que también en este plano de un campo trascendental sin sujeto sería preciso «probar que mi conciencia trascendental, en su mismo ser, es afectada por la existencia extramundana de otras conciencias del mis­ mo tipo» 25. Ante este nudo gordiano la teoría de Husserl, como hemos vis- 23. EN, 289. 24. EN, 291. 25. EN, 291.

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