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SAN FRANCISCO DE ASIS. 183 cié todos los tiempos, y de modo especial a la del nuestro, saturado de vio lencias. Otra cosa es que el mundo ateo y el cada vez más alejado de Dios, sea capaz de entender ese sublime lenguaje 384, pero eso no quita que su lección esté ahí, y que sea de suyo capaz de despertar de sus sueños de odio a quienes quieran no ser sordos a la voz de Dios, que nos habla por sus grandes santos. Notemos, también aquí, que es el «primer componente» hagiotípico de S. Francisco el que le pone en la primera línea de la actualidad. bb) Mensaje de «vuelta al Evangelio sin glosa». Otro mensaje francisca no de validez actual — en tiempos que podríamos apellidar de «libre exa men» colectivo, en el que cada uno interpreta el Evangelio y la Biblia, en general, como mejor le parece, no conforme a la Tradición y al Magisterio de la Iglesia— , es el de «vuelta al Evangelio sin glosa». Hoy es frecuente tropezar con sujetos que encuentran en el Evangelio sus propios prejuicios y aun errores, sin preocuparse de si están estirando el sentido obvio de la palabra de Dios, o aun si lo están retorciendo hasta límites increíbles M5. Así como en el período del neo-kantismo, cuando se llegó a la confusión má xima dentro de la corriente iniciada por el filósofo de Kónisberg, se oyeron voces de «Zurück zu Kant »; de modo parecido, en los momentos de con- el fondo, sino por una mayor fidelidad a ese mismo espíritu de caridad, aunque de diverso modo estendida. Y, en el plano teórico, nos dice Iriarte de Aspurz (o. c., 62) —citando a Longpré— que: «Como S. Buenaventura, el amor entraría a ocupar la primacía, no sólo en la piedad y en las elevaciones místicas, sino aun en la Ciencia Teológica». 384. Desde luego, si suprimimos a Dios de la explicación del mundo, la lección de «hermandad» universal que nos da Francisco, carece de sentido. A un evolucio nista ateo, la fraternidad universal le sugerirá tal vez algo muy alejado del sentido que le dio el Santo de Asís. Posiblemente nos hablará aquél de nuestros «padres» los australopitécidos, y nuestros «primos hermanos», los antropoides actuales; y, aun po siblemente encontraría, en un árbol genealógico científicamente elaborado, parentescos directos o colaterales, que nos parecerían grotescos, no ya sublimes, como los sugeridos por el lenguaje místico del Santo de Asís. 385. Pongamos un solo ejemplo, aunque ilustrativo. En un ambiente de optimismo evolucionista, en el que no sólo se dar por «cierto stricto sensu» el origen animal del cuerpo del hombre, sino el Poligenism o —que no tiene a su favor en el orden paleon tológico, sino flojísimas razones de pura «congruencia científica»— , muchos teólogos actuales llegan a interpretar textos claros de la Escritura en un sentido «totalmente opuesto» al literal, como el texto de S. Pablo en el que reiteradamente se afirma que: «sicut per unum [enós] hominem» (Rom. 5. 12); «si enim unius [enós] delicto» (v. 15); «Et non sicut per unum [enós] peccatum» (v. 16); «Si enim unius [enós] delicto» (v. 17); «Sicut per unius [enós] delictum... ste et per unius [enós] iustitiam» fv. 18); «sicut enim per inoboedientiam unius [enós] hominis... ita et per unius [enós] oboeditionem» (v. 19). Ahora bien, si «uno solo» se traduce por «varios» o «muchos», estamos en una pendiente exegética de imprevisibles consecuencias en otros temas... Y, por supuesto, que quien conozca el fundamento «científico» del poligenirmo hu mano, no podrá menos de sonreír ante tales desmanes exegéticos en unos testigos aco bardados e ignorantes en Ciencia. A nuestro juicio, sólo estaría justificada esa exégesis en el caso de ser estrictamente «cierto» en Ciencia el «poligenismo humano». Nos alegramos sinceramente de que la Teología, ante la mera «posibilidad» científica del poligenismo humano, se haya apresurado a intentar soluciones, en las que —en el caso
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