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174 ALEJANDRO ROLDAN VILLER Santos Lugares, podían degenerar en unas actitudes de odio y violencias de parte de los cristianos en su acción contra los enemigos de la fe. Más aun, las circunstancias históricas que habían impedido a la Iglesia cumplir su labor misionera, desde que salió de las catacumbas hasta entonces, y que encontraba en las Cruzadas un modo de llevar la cruz junto a la espada, podían desvirtuar el encargo misionero y pacífico que recibieron los após­ toles en su último contacto con Jesucristo: «Id al mundo entero, y predicad el Evangelio a toda criatura» w . Ya dijimos que Anasagasti subraya con fuerza que la finalidad de la En­ carnación de Jesús era la actividad misionera 344. «Los biógrafos de S. Fran­ cisco — prosigue acertadamente este autor— han sido frecuentemente des­ lumbrados por la variedad y por la riqueza de sus virtudes... Caridad, pobre­ za, poesía, arte, son argumentos de una fecunda y profunda bibliografía sanfranciscana. Pero tan sugerentes virtudes y tan atrayentes hechos quedan desenfocados si no son calibrados con el único fundamental objetivo con que los concibió y realizó Francisco: la conformidad con Cristo, en todos los as­ pectos de su vida, principalmente en la razón esencial de su Encarnación: el apostolado misionero, coronado con la Redención por la muerte de Cruz» 345. Ahora bien, Francisco entendió perfectamente que: «no era la espada la que había de cubrir con su sombra al mundo, sino la cruz. Era preciso rescatar los Santos Lugares, mas no atropellando y aniquilando a los infieles, sino con­ virtiéndolos a Cristo. Las Cruzadas deberían trocar las armas en cruces, los soldados en apóstoles, el odio al enemigo en caridad, su deseo de destrucción en anhelo de salvación » 346. De ahí el empeño de Francisco — contra el pa­ recer del Cardenal Hugolino, protector de la Orden — «de enviar a sus desar­ mados religiosos a países de evidente peligro, sin defensa alguna, fiados teme­ rariamente en la ayuda de la Providencia divina» 347. Ahora bien, ésta es la concepción moderna de las Misiones, que fue introducida meritoriamente por S. Francisco. Esta es su segunda valiosa aportación para resolver ese proble­ ma de la Iglesia del s. x iii: Misiones con espíritu de amor en el corazón, no con las armas en la mano. Y, por eso, cuando envía de dos en dos a sus discípulos — al estilo de Cristo — les recomienda siempre: «anunciad a los hombres la paz» 348. La respuesta de Francisco a las guerras y odios entre los hombres y los pueblos, fue ese espíritu de amor auténtico — que hemos descrito en apar­ tados anteriores— a Jesucristo (fundamento de su amor), a los hombres, a todo ser criado; y esa práctica de la mansedumbre, opuesta a toda violencia. 343. Me. 16, 15-16. 344. O. c., 31. Cristo vino «a dar su vida en redención de todos»; M t. 20, 28; Me. 10, 45. 345. O. c„ 32-33. 346. Id., o . c „ 138. 347. Id., o . c „ 139. 348. I C elano , n. 29 [BAC 270],

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